Tú no ves lo que yo veo

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

No sé por qué, pero a los hombres suelen gustarnos los automóviles, y hace poco tiempo me llamó especialmente la atención una camioneta, modelo 1978, digna de presentarse en una muestra de autos de colección. Con todos sus accesorios originales y pintada de rojo brillante, que no desentonaba nada del conjunto. Ya sé que en gustos se rompen géneros, pero su dueño me comentó que todos los días suele escuchar piropos hacia su vehículo. En definitiva: estaba como para tomarle fotos. Sin embargo, aquel buen hombre me aclaró que cuando la compró -en el típico negocio de autos viejos- se encontraba en pésimas condiciones, por lo que su hermana le dijo que su camioneta estaba muy fea. La respuesta de ese hombre fue: es que tú no ves lo que yo veo. Como es lógico, tuvo que cambiar muchas piezas y comprar otras hasta dejarla como nueva.

Con gran sencillez aquel señor me dio una gran lección: hay que ver más allá de lo que la mayoría de la gente es capaz de ver. Con paciencia, conocimientos, recursos económicos, y trabajo, la gente con iniciativa puede hacer cosas grandes y hermosas. Todo ello, en definitiva cabe aplicarse en la formación de los hijos, hasta conseguir que lleguen a ser hombres y mujeres maduros y virtuosos.

Sin embargo, los padres no son los únicos educadores, también está la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en general, y dentro de esos factores los profesores juegan un papel fundamental. 

Desafortunadamente, a veces nos topamos con padres de familia que confunden prohibir con educar; con maestros que son coordinadores de ignorancia; con programas vacíos de contenido donde el criterio parece ser que la verdad es la suma de los errores, y con una falta de criterio en algunos comunicadores que sólo tienen ojos para lo dramático y lo corrupto. Si a esto le añadimos que hay una enorme cantidad de gente que lo único que leen es la caja del cereal, no deberíamos extrañarnos de que gran parte de nuestros jóvenes no tenga definida la ruta de sus vidas, ni los ideales por los que valga la pena luchar hasta dar la vida.

Pero, en fin, no podemos ponerle puertas al campo. Ya se ve que, desde el día en que nuestros primeros padres comieron del fruto del árbol prohibido donde aparece el factor humano las cosas suelen fallar.

Ahora déjenme contarles que en una estación cultural escuché otra anécdota que viene muy al caso: Al final de un concierto, una estudiante de música se acercó ilusionada a la soprano -de enorme prestigio por cierto- para pedirle que le diera clases. Pero la cantante se negó argumentando que ser maestro es una responsabilidad muy grande. Indudablemente esta forma de considerar la dignidad y compromiso del magisterio habría de ser la pauta que marcara el desempeño de tan gran labor, y nos conviene recordar que todos somos maestros, pues de alguna manera contribuimos, para bien o para mal, en la formación de los demás, especialmente de aquellos que dependen de nosotros.

¿Qué pensar de ese tipo de “sindicatos de maestros” -lógicamente de países tercermundistas- cuando en las manifestaciones callejeras, para protestar por cualquier motivo, portan mantas con “una mano empuñando un machete”? 

¡Es tánto lo que se puede hacer con el ser humano! Pero para ello hay que tener esa óptica optimista y decidida del feliz dueño de la camioneta roja; con una actitud presta en el servicio a los demás; profesional en constante capacitación y respetuosa de la dignidad de los alumnos en cuanto a su calidad como personas. Si rebajáramos la labor magisterial a un simple empleo para obtener un suelo con prestaciones privilegiadas, los maestros ya no merecerían ese digno nombre.

Aquellos que han obtenido un título que los acredita para dar clases en las aulas, habrán de sentir una responsabilidad muy especial. Pues son participantes, con los padres de familia -quienes son los primeros educadores- en la transmisión de valores, hábitos y conocimientos. “Dime con quien andas y te diré quién eres”, dime quienes son tus maestros y te diré en qué país vives... es más, sin ser adivino, te podré decir cuál será tu futuro.