¡Resucito!

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez     

 

 

Sin duda alguna, éste podría ser el titular de los periódicos de Palestina hace veinte siglos. Aquel Jesús que se había hecho famoso en los territorios de Galilea, Judea, Samaria y Decápolis, provocando tantos dolores de cabeza a las autoridades civiles y religiosas del pueblo judío, y al que por fin habían conseguido eliminar clavándolo en una cruz con el consentimiento de los romanos, bajo la presión de un pueblo enfurecido... ese galileo, artesano, después de morir, había resucitado.
José Luis Martín Descalzo en su libro Razones para el amor, comenta: “Yo he meditado muchas veces sobre un pequeño dato de los Evangelios que siempre me desconcierta: aquel en el que se cuenta que, cuando Cristo murió, los soldados que lo había crucificado se sortean su túnica. ¿Se la sortearon? ¿Con qué? Probablemente con unas tabas, que era el juego de la época. ¿Y qué hacían unas tabas al pie de la cruz?
Es muy simple: Los soldados sabían que los reos tardaban en morir… Es decir, a la misma hora en que Cristo moría, en el momento en que se giraba la página más decisiva de la historia, había, al pie mismo de ese hecho tremendo, unos hombres jugando a las suertes. Y lo último que Cristo vio antes de morir fue la estupidez humana: que un grupo de los que estaban siendo redimidos con su sangre se aburría allí, a medio metro.
“Los hombres estamos ciegos. Ciegos de egoísmo voluntario... Pero ellos no eran más mediocres que nosotros: todos vivimos jugando a las canicas, encerrados en nuestro pequeño corazoncito, creyendo que no hay más problemas en el mundo que ese terrible dolor en nuestro dedo meñique...”.
Con cuánta claridad nos ubica este autor ante la realidad de ese pequeño mundo en el que solemos encerrarnos y que no nos permite darnos cuenta de que ahora somos verdaderamente libres... hemos sido redimidos del pecado. Con crisis económica o sin ella, ya podemos aspirar a ser eternamente felices. Cristo, al resucitar, nos ha abierto las puertas del Cielo. Ahora, todos nos podemos salvar. Aunque conviene dejar claro que: no todos nos vamos a salvar; sino solamente quienes aprovechen su vida para conseguir y fortalecer la amistad con Dios.
Sin embargo, para ello, lo primero que se necesita es hacer un alto en el camino que nos permita descubrir dónde estamos dentro de los planes de Dios; y guardar un poco de silencio... de ese silencio al que tantos tienen miedo... dado que la conciencia lo único que necesita mucho ruido para dormir profundamente.
Al terminar estos días de Semana Santa, recordando que el Hijo de Dios ha muerto y ha vencido a la muerte por amor a nosotros, podemos formular algún propósito que nos permita fomentar la amistad con Él, mientras luchamos por ser un poco mejores. De lo contrario, ¿cuál sería la diferencia entre aquellos pobres hombres jugando a las tabas y nosotros?