Me odio con toda el alma

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez    

 

 

“El triste, todos dicen que soy...”; “Me relleva la tristeza, qué desgracias, qué torpeza, qué manera de perder...”; en definitiva: desánimo, desesperación, depresión.

A la tristeza la encontramos en la música; en la literatura; en los libros de Historia; en las crisis económicas; y en todos los niveles: personal, familiar, social y mundial. Lo cual suena absurdo, pues el ser humano tiene ansias insatisfechas de felicidad. El hombre fue creado para ser feliz... ¿Entonces...? ¿Qué nos está pasando? ¿Alguien me puede decir dónde puedo comprar dos toneladas de felicidad? La necesito para mí y para repartir..., aunque dos toneladas es muy poco. No, necesito muchos, muchos y muy largos trenes con vagones repletos de felicidad para llevarla a todo el Mundo. Barcos que crucen los mares y océanos para llevar esa bendita carga a todos los rincones de este planeta. Pero... ¿Alguien me puede decir dónde estarán la fábricas de este preciado producto? 

A mediados del siglo XX la tristeza se nacionalizó dentro de la Filosofía, y en el Registro Civil se le dio el nombre de Existencialismo Ateo, se casó con una libertad de malas costumbres y procrearon el movimiento hippie. Todo ello sucedió poco a poco mientras viajaban por los países de primer mundo. Más tarde se pasearon por los países pobres, en los que no faltó la piratería que convirtió a muchos rebeldes sin causa en extravagantes réplicas de tal movimiento... y como suele suceder, todo aquello quedó en nada. Hace menos años apareció el “New Age” tratando de crear una religión al gusto del consumidor y... lo mismo. La historia se repitió. 

El capitalismo liberal y materialista tiene ya mucho tiempo prometiéndonos la felicidad a través de la adquisición de bienes de consumo, viajes y planes de diversión inmejorables, y todo ello a los mejores precios... ¿Y?

Sheila Morataya-Fleishman se pregunta: ¿Por qué habemos tantas mujeres deprimidas hoy en día? Una respuesta podría ser el que vivimos en medio de un mundo totalmente artificial que quiere enamorarte a través del deslumbramiento de los ojos y la exaltación de los sentidos. Modas, olores, sabores y casi todos los productos en el mercado creados para la mujer moderna llevan un mensaje: como mujer eres especial, lo vales, lo mereces, debes ser la número uno en el corazón de tu amado, y si no es así, estás pérdida. Hoy día si estás embarazada la gente se preocupa y te pregunta si estás preparada para la depresión post parto. ¿Tendría tiempo la mujer de antaño de pensar en esto?

Por su parte, José Antonio Marina nos dice: Hay una plástica de los sentimientos bastante estable en todos los idiomas. La felicidad, la exaltación, lo bueno, el control, el altruismo, están arriba. La depresión, el vicio, lo malo están abajo. La felicidad es ancha, expansiva, mientras que la tristeza es estrecha. 

El asunto de la tristeza viene de lejos. En los Evangelios nos encontramos a un joven rico que quería ser discípulo de Jesús, pero Éste lo invitó a deshacerse de todo lo suyo para poder aceptarlo en su compañía. Aquel pasaje termina afirmando que ese muchacho se retiró triste. Simplemente no supo renunciar a lo que tenía... y perdió la oportunidad de hacer una buena transacción: un buen negocio. Es más. Ahora caigo en la cuenta que ya desde Adán y Eva (Perdón, pero no puedo recordar sus apellidos) salieron del Paraíso tristes, desnudos y avergonzados y, todo ello por no quererse someter a los planes de Dios. 

En su reciente encuentro con los jóvenes en Berna, Suiza, Juan Pablo II les decía: Esto les puede suceder a ustedes si se dejan llevar por la desesperación, si los espejismos de la sociedad de consumo los seducen y los alejan de la verdadera alegría enredándolos en placeres pasajeros, si la indiferencia y la superficialidad los envuelven, si ante el mal y el sufrimiento dudan de la presencia de Dios y de su amor a toda persona, si buscan saciar su sed interior de amor verdadero y puro en el mar de una afectividad desordenada(...) El cristianismo no es un simple libro de cultura o una ideología; y ni siquiera es sólo un sistema de valores o de principios, por más elevados que sean. El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús, el que da sentido y plenitud a la vida del hombre.