Mamá yo no soy tú

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

¡Cómo me gustaría poder tomar por las orejas a millones de señoras para decirles en tono claro y fuerte que deben tratar a sus hijas adolescentes con más paciencia, cariño y comprensión!
Ya sé que las “once-diecisieteañeras” con frecuencia son insoportables, pero “eso” tiene diversas causas, y una de ellas es la falta de tacto y la mala memoria de sus mamás, pues olvidan que sus hijas traen un enorme motor de camión descarburado por dentro, y muchas no son conscientes de ello. 
Por si fuera poco, están estrenando la libertad que Dios les regaló, y para aprender a usarla adecuadamente lo que necesitan no es una mujer policía que las vigile, sino una amiga que tenga gran autoridad moral, y más experiencia que ellas, de forma que -a base de diálogo- pueda convencerlas de cuál sería la mejor opción, es decir el mejor modo de comportarse en cada situación de la vida.
Las jovencitas quieren saber -por sí mismas- cómo funciona el mundo, pero sus mamás, con toda razón, tienen miedo de que esa prisa de vivir las lleve a cometer errores, muchos de ellos irremediables, o caer en las trampas de gente malintencionada, o simplemente tan inmaduras como ellas. No cabe duda: ¡Qué difícil es ser mamá hoy en día! 
¿Cómo saber compaginar, pues, el respeto a la libertad con la prudencia y la fortaleza para dejar vivir, tratando de evitar al mismo tiempo que el excremento de los perros del mal que encontramos a veces en las esquinas manche a las hijas?
En esto, como en tantos asuntos del quehacer diario no hay normas fijas, no se pueden dar recetas que sirvan a todas las personas ya que cada individuo es irrepetible y peculiar, como lo es también cada familia, cada papá, cada mamá, y cada hija. (Está claro que hoy no quiero referirme a los adolescentes, sino solamente a las adolescentes, ¿OK?).
No sé por qué, pero cada vez que platico con estas pequeñas siento una tendencia a ponerme de su lado y de decirles: “No te preocupes, “eso” que te pasa es natural, y tú no tienes la culpa de sentirte así, lo que pasa es que tú también tienes que poner de tu parte para comprender a tu mamá; ella no quiere que te pase nada, y además quiere que llegues a ser una gran mujer; por otra parte ella ya no tiene quince años; por eso siempre está sobre ti, y no te da algunos permisos, pero claro que te quiere, y te quiere mucho”. 
En ocasiones les planteo esta cuestión: “Vamos a ver; cuando tú tengas una hija de quince años, ¿le vas a permitir hacer todo lo que ella quiera?, o ¿la vas a dejar que vaya a cualquier lugar?” Y siempre me contestan que no, o por lo menos -para dejar abierta una salida- me dicen: “Depende”. Y termino mi argumento con un: ¿ya ves? Pues igual tu mamá.
Con frecuencia, el problema de la falta de comunicación, estriba en que los padres hablan sin escuchar, presentando argumentos que no están al nivel de los intereses y las circunstancias de sus hijas. Es decir, Si yo le digo a una chiquilla: “Mis padres nunca nos permitían llegar después de tal hora”, es comparable con un jefe que les dijera a sus empleados que cuando él empezó a trabajar su patrón no dejaba a nadie usar el teléfono para hacer llamadas personales. 
De ninguna manera estoy a favor del permisivismo, del libertinaje o de la falta de orden y disciplina, que son fundamentales en la educación. Mi intención es animar a los papás a que -poniéndose en los zapatos de sus hijas- busquen aquellos argumentos accesibles a su edad y circunstancias para ayudarlas a entender que no todo lo que se desea es posible o conveniente, y que ellas han de colaborar con todos en el orden del hogar, aunque muchas veces hayan de privarse de sus deseos como una exigencia obligada de la vida en sociedad.