La famosa píldora

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Entresaco algunas ideas de dos madres de familia que me escriben acerca de la “Píldora del día siguiente”, pues sus planteamientos me parecen muy objetivos y aterrizados: La primera de ellas me dice: No estoy de acuerdo en que se utilice bajo ese criterio de “hoy hago lo que quiero que al fin y al cabo, mañana me tomo la píldora”. Tengo una hija que ahora es adolescente. Cuando la llevo a pasear a centros comerciales o a otros lugares, me causa angustia ver a otras niñas de su edad (14 años) con exceso de maquillaje, enseñando el ombligo que, de paso, está perforado con un arete de plata y el pantalón de mezclilla apretado, apenas si cubre la zona pélvica y, en algunos casos, hasta lucen un tatuaje... Eso sin contar el cigarrillo en la mano.

Yo le digo a ella: Quisiera nunca verte así. Y es que no saben la connotación sexual que va implícita en su lenguaje de vestimenta y actitud. Están enviando un mensaje que se lee “Mírame, estoy lista, quiero experimentar, soy una mujer”. Pero si te fijas bien, detrás de ese maquillaje exagerado, detrás de esa ropa ridículamente sensual y sobre todo, detrás de esa mal ensayada actitud de “mujeres fatales”, no hay más que una niña asustada, inocente y necesitada de afecto y atención.

De verdad me angustia. Están jugando con lumbre; pero definitivamente la píldora abortiva no puede ser la solución a un problema de origen. Es sólo un calmante para las nefastas consecuencias que se pueden echar encima al ingresar a una actividad sexual que no saben y no pueden manejar. Deberíamos inventar una píldora “del día anterior”, una píldora con una dosis concentrada de valores, de principios, de autoestima, de respeto por uno mismo... y así, quizás la vida sería distinta.

La otra mamá me dice: Viviendo en un país en donde una receta médica se consigue con el mismo trámite complicado con el que se consigue una Pepsi en un Oxxo, me aterra la facilidad con el que tantísimas jóvenes, sobre todo, acudirán a este publicitado y riesgoso remedio. La semana pasada usted abordaba el incremento pasmoso en la incidencia de divorcios. En México, lo leí recientemente, ya llegamos al 58% según algunas estadísticas, mientras que en los EUA, están en un 60% de divorcios en matrimonios registrados. ¿No será Padre Alejandro que no estamos educando en cómo amar, y enseñando las bondades y los tropiezos y los dolores y las muchas concesiones, entre otros, que se deben vivenciar en nombre del verdadero amor?

Me pregunto si realmente queremos que nuestros hijos experimenten, por sí mismos, el sentido real de tomar decisiones responsables; que puedan con honestidad estudiar cada posibilidad de acción; que sientan tal plataforma de confianza, que antes de lanzarles el tenebroso castigo, sepan que pueden hablar libremente de cualquier tema con sus padres, sin que primero nos escandalicemos, luego culpemos, después confundamos consiguiendo así que nos escondan sus verdades. Ojalá insistiéramos, pero con mucho amor paciente y misericordioso, en las consecuencias y daños fisiológicos -que son permanentes en muchos casos- que se presentan con el uso indebido de este medicamento; con la confrontación moral resultante; y en la permanencia del dolor más agudo y aplastante que se archiva con precisión en la conciencia después de cometer un aborto. Hasta aquí los comentarios de las señoras.

Suponer que el óvulo fecundado sólo puede ser considerado como ser humano a partir de momento de su implantación en el útero -cuando todos sabemos que ya tiene toda la información genética de la nueva persona- es un error tan grande como afirmar que una persona no es ser humano durante un viaje, en cualquier medio de trasporte, y que sólo deberá ser tratada con el debido respeto una vez que llegue a su destino. Aquí el error no sólo es médico, sino jurídico y lógico. Esto resulta insostenible. 

Hemos de reconocer que somos un pueblo con pocos hábitos en la prevención y manejo de peligros en todos los ámbitos. Por lo que favorecer -aunque sea de forma velada- el uso de la píldora es una grave imprudencia, especialmente cuando se refiere a la juventud. 

La solución a nuestros problemas está en la familia, no en remedios que atentan contra el más indefenso de los seres humanos: el no nacido; y que además solapan y fomentan la irresponsabilidad de muchos. Defendamos la familia y trabajemos de la mano Estado, Iglesia y Sociedad. Restándonos autoridad unos a otros no haremos nada. Ya lo dijo Franklin: “Vivamos unidos para no morir separados”.