¿Es Usted lo que pienso que es?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Les contaré que al echarme en reversa, se enganchó la defensa de mi Chevy en una piedra que estaba sujeta con cemento en un canal para desviar el agua. Dicho incidente acaeció en la parte alta de un fraccionamiento donde todavía hay muchas cosas por mejorar. Como pueden ver, esto es una excusa para echarle la culpa al zonzo que puso la piedra, y así no tener que admitir mis errores. ¿Verdad que parezco adolescente?

Pues bien, gracias al desperfecto (de la defensa, no estoy hablando de mí), dejé a mi burbuja vengadora en el taller de un buen amigo y tuve que tomar un taxi. Dudo, dicho sea de paso, que exista en Monterrey otro “eco” tan dado al cuás como el que me transportó a la Ciudad de los Niños a donde fui a confesar. Pero en fin, aquel coche era tan viejo como listo y ameno su conductor. 

Apenas me había sentado, y antes de averiguar a dónde debía llevarme, el taxista me preguntó: ¿Es usted lo que pienso que es? Por lo que le respondí: Pues si piensa que soy sacerdote, definitivamente sí. Y no es que tenga yo cara de presbítero (Bueno, aquí entre nos, he de reconocer que sí la tengo, pues presbítero significa “anciano”), pero él me lo preguntó por mi forma de vestir.

Mi buen interlocutor, y capitán de aquella nave, abundó en el tema afirmando que hacía mucho tiempo que no veía a un sacerdote vestido de sacerdote, y me cuestionó sobre ello. Lo cual me permitió externar mi opinión, pero no de forma directa, pues no me corresponde a mí juzgar a nadie, y así me limité a responder que en lo personal, andar vestido como sacerdote me ayuda en todo momento a portarme mejor, pues sé que toda la gente se da cuenta de lo que soy. 

Además incluí otro argumento -y aprovechando que hablar no aumentaría lo que me cobrara por el viaje- le dije que así como los taxis se distinguen por sus colores, vestir como sacerdote me pone al alcance de todo aquel que pueda necesitar de mis servicios, como de hecho suele sucederme. También les diré que no siempre es cómodo, y que el negro no es mi color favorito.

Ahora les contaré lo que le sucedió a un párroco de pueblo donde uno de los fieles le hizo el siguiente comentario: Oiga padre, ¿sabe por qué me gusta que ande Usted siempre de sotana? Pues porque el cura que anda con sotana no anda con fulana. No cabe duda que la sabiduría popular es profunda y certera. 

Es cierto que los sacerdotes hemos de poner los medios para acercarnos a la gente de forma que no tengan nunca miedo de nosotros, pero vestir “de paisano” no me acerca más a ellos de forma necesaria. Lo importante en esto, según mi opinión, es la actitud que yo mantenga en cuanto a mi disponibilidad de servir, mi preocupación sincera por sus problemas, la paciencia que me permita oírlos sin prisa, y sobre todo, el sentido sobrenatural que la gente espera encontrar en un representante de Dios.

Indudablemente no resulta sencillo ser un sacerdote santo, y “el hombre viejo” que todos llevamos dentro, según San Pablo es fuerte, terco, y astuto. Pero si Dios espera que todos lo amemos, y no deja sin su gracia a los que lo pretenden, menos abandonará al sacerdote que así se lo pida. Es cierto que el habito no hace al monje... pero sí lo viste como tal.