Esposos y amigos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

El día 12 de diciembre Pedro Ferriz de Con cumplió 50 años de edad. (¡Bienvenido al equipo!) y por tal motivo mucha gente importante le llamó durante su espacio noticioso para darle la enhorabuena. De las felicitaciones que me tocó escuchar, la que me llamó más la atención fue la de su esposa, quien poco más o menos le dijo: “. . .varias veces te he dicho que estoy convencida que Dios me mandó a este mundo con la misión de hacerte feliz”. Al oír esto me llevé una gran alegría. ¡Qué chulada de matrimonio! 

Qué distinto por el contrario, lo que decía otra señora: “mi matrimonio es una maravilla; cuarenta años de casados, y ni un sí ni un no. . . puro: ¿qué te importa?”. Gracias a Dios lo decía en broma, pero, ¡cuántas mujeres habrá quienes tristemente pueden afirmar esto como una espantosa realidad!

Lo anterior me hizo pensar en un tema “de alta seguridad”: La amistad. Me explicaré. Pero para ello, fijemos nuestra atención en el camino ordinario en la formación de una familia, y como es necesario que, primero dos jóvenes se conozcan, para llegar a ser amigos, y de esa amistad surja un amor especial, formalizando un noviazgo, y así terminar en el matrimonio. Pero si nos descuidamos, podemos caer en el error de considerar que cuando se llega al matrimonio ya no hay que avanzar más, pues se alcanzó la cumbre.

Me parece de vital importancia que una vez casados, se trabaje para comenzar este proceso desde su principio, de tal manera que puedan conocerse de nuevo, ahora de una forma más plena y enriquecedora, hasta conseguir que el marido legue a ser “la mejor amiga” de su esposa, y ella se convierta en “el mejor amigo” de su esposo. Suena raro ¿verdad? pero no es ninguna tontería. Lo que sí es un auténtico disparate es que no se entiendan, no se traten, y dejen de quererse por perder de vista el valor de la amistad.

Esto crece en importancia a medida que pasa el tiempo, y más cuando aparece el fantasma de la madurez y de la vejez, ya que con los años el hombre vive preocupado por la falta de dinero o con el temor de quedar sin trabajo, además físicamente pierde el pelo, el oído, y con él, el buen humor; se pone panzón, se amarga el carácter, y, o se aprenden groserías, o se usan las que ya se sabían. En el caso de las mujeres, también pierden muchos de sus encantos como: la figura (la buena figura), la paciencia, el apetito sexual, el color del pelo, el calcio en los huesos, y por lo mismo tienen que usar dentadura postiza; aparecen las arrugas, etc., de tal forma que si la relación no está fundamentada en una base sólida, como una real y sincera amistad, todo aquello se puede convertir en dos infiernos que curiosamente pueden caber dentro de una misma casa.

A todo lo anterior hay que añadir que los hijos crecen irremediablemente y casi siempre desaparecen del hogar, y con ellos se escapan muchos intereses comunes entre los esposos, por eso pienso que es urgente revalorar la amistad en el matrimonio, y para ello, también dentro del noviazgo, dado que no todo lo que brilla es oro aunque pudiera parecerlo, de igual forma no todo noviazgo se apoya en una auténtica amistad, sino muchas veces en una “aparente” amistad. Existen muchas parejas de jóvenes que no se atreven a decirse lo que piensan por temor a romper, por miedo a herir los sentimientos del otro, o por otros motivos. 

De igual forma no se saben ayudar a ser mejores pues tienen miedo a ser tachados de sangrones o requisitosos: “¿y ahora a tí que te pasa?. . . ¿te crees que eres mi mamá?”. También son muchos quienes viven ocultando sus defectos antes de casarse por miedo al rechazo, y engañan con su conducta y sus palabras. ¡Oh grave error! 

La experiencia demuestra que los hábitos con los que se ha vivido durante tantos años no desaparecen por el simple hecho de casarse, y así los problemas que se tenían en la casa paterna con padres y hermanos simplemente cambian de destinatario para dirigirse al cónyuge, los parientes de este, y los hijos. 

Ser esposos es una gran cosa, pero ser esposos y amigos, no tiene comparación. Pedro: Yo no te felicito por tus cincuenta años, sino por tener una compañera así.