La continencia ataca

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez    

 

 

Todos los días escuchamos en los medios de comunicación masiva muchos comentarios en pro de una libertad sin límites de ningún tipo. Quienes salen en defensa de lo que otros llaman libertinaje, con frecuencia basan sus argumentos en dos tipos de interpretación ética llamados consecuencionalismo y proporcionalismo.

Dichas posturas están enfocadas a dar una calificación moral al comportamiento humano en razón de las “consecuencias” que se deriven de las acciones realizadas y de la “proporción” de los resultados dañinos en dichas acciones, olvidando que el fin no justifica los medios. Ya sé que resulta un poco confuso, pero trataré de aclararlo mediante ejemplos; y como diría el viejito en aquella fiesta donde comenzaron a aparecer pistolas: “calma y nos amanecemos”.

Quienes apoyan el uso de anticonceptivos, e incluso el aborto, suelen acudir a ejemplos dramáticos y desgarradores presentando las enormes cifras de las adolescentes embarazadas como también las consecuencias de traer al mundo niños que sólo conocerán el hambre, la marginación y los malos tratos. Es decir, realidades innegables y que sólo un sádico podría pretender.

Ahora bien, el tipo de soluciones que proponen estos defensores de la humanidad deberán siempre estar de acuerdo con un respeto absoluto a los derechos de las personas, es decir, protegiendo a la diosa libertad a cualquier precio. De esta manera, y según las consignas de las feministas en turno, toda mujer posee el derecho a tener relaciones sexuales con quien le dé la gana, cuando quiera, y como quiera, con las únicas condicionantes de que no se le obligue a la otra parte, o sea un menor de edad.

Lo anterior estará protegido y respaldado, incluyendo a las instancias del Sector Salud, para que se puedan evitar, e incluso interrumpir, los embarazos no deseados. En tal contexto, el hijo concebido, o concebible, es considerado como un “agresor” del cual habrá que defenderse; por eso se usa la palabra “cuidarse” para no tener hijos. Opino que una madre no debería “cuidarse” de sus hijos pequeñitos, al igual que estos “no deberían cuidarse” de sus padres. Lo malo en esto es que, quienes todavía se encuentran dentro del seno materno no tienen acceso a medios para cuidarse de sus padres cuando estos planean matarlos. Pero sigamos adelante.

Toda vez que a alguien se le ocurra plantear como solución a los problemas arriba mencionados “el remedio de la abstinencia” se provocan risas, burlas, ataques, ridiculizaciones, en los que se le hará aparecer como soñador, niñoide, ingenuo, inexperto, idealista, retrógrado, inquisidor, santurrón..., y de paso, antiecológico. (Recuerden ustedes que la Revolución Francesa nos salvó de este tipo de lacras tan propias del oscurantismo de la iglesia. Alabada sea la bendita Revolución Francesa que tantos beneficios ha derramado sobre todos sus hijos, y gracias a la cual ya somos iguales, libres y hermanos. Amén, amén.)

La sana abstinencia se funda en la correcta valoración la dignidad del ser humano, como poseedor de un cuerpo espléndido, y de un alma espiritual, en la que se encuentran una inteligencia y una voluntad, que nos ponen muy por encima de los seres irracionales. Sin embargo, ese dominio propio es considerado por algunos como “agresor de la libertad”. El problema real está, en que resulta más cómodo repartir preservativos, que educar y vivir ejercitándonos en las virtudes.