Dios es liberal

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Una vez más Rebeca -que está por cumplir los ocho años de edad- aparece en estas líneas. Hace poco su mamá me platicaba que cuando le piden algo, la pequeña no contesta ni sí, ni no. Simplemente se acoge al artículo 20º constitucional y calla. Cuando después se le reclama que no arregló su cuarto o no tendió su cama, “Rebe” contesta: “yo no dije que lo haría”. He aquí una clara manifestación del sistema de filtros con los que solemos defendernos.

Rebeca no es la única persona en el mundo que filtra “lo que le conviene”; todos hemos de reconocer que este asunto es más patrimonio de la humanidad que el Coliseo. Esos famosos filtros, y demás productos repelentes, pueden activarse para protegernos -tanto de temas, como de personas- y así rechazamos los argumentos de un político cuando sabemos que pertenece a un partido determinado; o nos disponemos a aceptar las ideas de algún literato al enterarnos de que comulga con la ideología que esté de moda, sin analizar, en uno y en otro caso, si lo que dicen es válido o no. 

La libertad tiene, así, la capacidad de seleccionar “filtrando” solamente aquella información que nos gusta para, con ella, tomar nuestras muy personales decisiones. 

En el aspecto religioso podemos observar que aquellos que se declaran liberales suelen ver a la Iglesia como un opresor; a los ministros como enemigos, y a Dios como el principal dictador absolutista, ya que parten de la idea de que cada persona tiene su propia verdad o -para no ser tan drásticos- su propio menú de verdades, y nada, ni nadie, tiene derecho a intervenir en el ámbito de libre albedrío. Esta idea contradice la experiencia diaria en todos los órdenes, pues quien desee liberarse de las influencias de los demás tendría que mudarse a Júpiter.

Sin embargo, son muy pocos los que se han percatado de un dato de enormes consecuencias: Dios es liberal. Por supuesto, y el más pertinaz de los liberales. Para empezar hemos de reconocer que Dios es libre. Si creó el universo es porque quiso, no por obligación. Si nos salvó es porque le dio la gana, y si nos quiso libres a nosotros es por el mismo motivo. Por ello, Dios es el inventor de la libertad. Así pues respeta ese don como nadie, incluso hasta cuando el mal uso de esta capacidad nos pueda llevar a la separación eterna de Él mismo -que en eso consiste lo más penoso del infierno-. Ya que el uso de la libertad siempre tiene sus consecuencias. Cuando la usamos bien nos trae la felicidad en esta vida y en la postrera, y cuando la usamos mal; la eterna condenación. 

La mayoría de los filtros con los que nos protegemos de las influencias externas, están confeccionados con una fibra de teflón muy resistente llamada “prejuicios”. Actualmente en el mercado se está vendiendo -a costos exageradamente bajos- una variante especial a la que han llamado: “RAIC”: repelente anti-iglesia católica (marca registrada). 

La doctrina católica pone a los fieles en condiciones de usar su libertad con una mayor madurez en temas políticos, a fin de colaborar en la búsqueda del auténtico bien común, ya que cuentan con la luz de la fe que les permite juzgar con más claridad las propuestas de los diversos partidos descubriendo, cuando sea el caso, sus errores. Por poner un ejemplo concreto: Resulta evidente que una libertad que me permita matar seres humanos inocentes es un abuso gravemente injusto. Este es el caso de las leyes que permiten el aborto. Por eso en conciencia no se debe favorecer a tales partidos. 

La Iglesia tiene el derecho, y el deber, de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la ley moral, pues la vida democrática tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables”.

No perdamos de vista que el verdadero Cristianismo no se puede entender sin la correcta valoración y el adecuado ejercicio de la libertad. La religión en vez de limitar la libertad le da un valor eterno; la proyecta y eleva como condición necesaria para merecer, y por si fuera poco, como aquello que pone al ser humano en condiciones de amar. Por algo Jesús dijo: “La verdad os hará libres”.