Cada quien su religión

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Hace poco leía -aunque no recuerdo dónde- una frase que llamó mi atención, y me hizo reflexionar en una realidad de vital importancia: “cada quien tiene su propia religión”. Si Ustedes, queridos lectores me tienen un poco de paciencia, les diré porqué estoy total y absolutamente de acuerdo con esta afirmación, para lo cual necesito ir por pasos. Comencemos, pues echando un vistazo, a vuelo de pájaro, sobre el ambiente en el que vivimos.

Poco a poco, tal vez por un afán de reforzar la libertad individual, se va generalizando este tipo de afirmaciones que, si bien en muchos casos no llegan a expresarlo con tanta fuerza, sí dejan ver una concepción “demasiado personal” del deseo de unirse a Dios; aspiración que, por principio, mueve a todo hombre a buscar la relación con su Creador (aunque algunos les cueste admitirlo), y digo esto, porque todo ser humano busca la felicidad. Una felicidad que nunca será completa en esta vida, y que, conserva la esperanza de que no todo acabe con nuestra muerte.

Por otra parte, resulta evidente la existencia de gran variedad de religiones institucionalizadas, amén de esas otras “religiones personales” que muchos van creando de acuerdo a su muy singular forma de pensar.

Ya sé que no faltarán quienes se sientan confundidos por el hecho de que un sacerdote católico se pronuncie a favor de lo que podríamos llamar “religiones individuales”; por lo cual, y para tranquilidad de ellos, me daré prisa en profesarme absolutamente católico (Que Dios me dé su gracia para ser un digno hijo suyo dentro de su grey), aceptando toda la Fe y la Moral enseñada por esa Iglesia fundada por Jesucristo sobre las columnas de los Apóstoles.

Pero acepto como válida la afirmación inicial dado que, la palabra “religión” viene de “religo”, cuyo significado es “volver a unir”; y dado que Dios nos ha regalado la existencia creando un alma espiritual para cada ser humano, dotándola de una libertad que Él respetará hasta el final de nuestras vidas, resulta evidente que la aceptación de la Fe y la correspondiente adecuación de nuestra vida a la Moral reveladas por Él, sea algo absolutamente personal, algo, pues, donde nadie puede sustituirnos. Esa unión con Dios se encuentra en el ámbito más íntimo e individual posible.

¿Pero cómo hacer compatible esta forma de pensar con el hecho de pertenecer a esa Iglesia a la que me refiero, la cual conserva y enseña la palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras y la Tradición; que recibe la Gracia para difundirla a través de los Sacramentos; y que tiene una estructura jurídica, un cuerpo legal (El Código de Derecho Canónico), una organización a nivel mundial; y a nivel diócesis y parroquias; y que exige el cumplimiento de unos mandamientos concretos respetando, dicho sea de paso, los Diez Mandamientos de la Ley de Dios entregados a los hebreos por manos de Moisés, etc.?

Pues muy sencillo, y lo diré en primera persona del singular para mayor claridad: Yo, como cualquier otro fiel, tengo mi propia religión, porque yo soy el único responsable de la respuesta que Dios espera de mí, para unirme a Él. Pero esa “religión mía”, se encuentra “dentro” de la Religión Católica, a la que no tengo capacidad de modificar, puesto que soy una simple criatura, y no el Creador, y que al mismo tiempo, soy súbdito e hijo de la esa Iglesia cuya autoridad le fue dada por su Fundador.

La importancia de todo esto es tan grande que me ayuda a entender que, no por estar bautizado e injertado a la Iglesia, conseguiré mi salvación. Sino que, partiendo de esta condición de cristiano, deberé exigirme para “religarme” a un Dios del que me separo usando mal mi libertad cada vez que lo ofendo al contradecir sus mandamientos, es decir, cada vez que cometo un pecado de pensamiento, palabra, obra u omisión; y ese “religarme” deberé hacerlo por amor, mientras Él me preste vida. 

Ahora bien, la enorme ventaja que descubro en todo esto, es saberme guiado y acompañado por una Iglesia que, necesitando de una estructura administrativa sin la cual reinaría el caos interno; es Madre que me alimenta, corrige y anima; Maestra que me instruye; y Médico que sana mis heridas y previene contra futuras enfermedades. La primera conclusión obligada de todo esto, será la conveniencia de conocer lo mejor posible esa Iglesia a la que por gracia de Dios muchos pertenecemos.