Breve historia de un “vicio”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Noviembre 17 al 20: Trigésima Convención Nacional de la Cruz Roja Mexicana, siendo Monterrey la sede. Dos mil cuatrocientos participantes. Lugar: Cintermex. Se ve a la gente contenta e interesada en los diversos temas. Muy buena organización, y colaboración de todo tipo de empresas para que las cosas marchen bien. Tomo la revista “suma”, muy bien impresa, y leo con gusto varios artículos, de los cuales transcribo el último:

Oriundo de Querétaro, Jorge Martínez llegó al Distrito Federal a muy corta edad. En 1975, con 12 años, su mejor amigo, Víctor García Montiel, le propuso unirse a Juventud de Cruz Roja Mexicana. “En un principio -nos cuenta- no tenía una idea clara de por qué pertenecer a Cruz Roja, pero me conformaba con el gusto de portar el uniforme y la sensación de formar parte de algo grande. Así comenzó a crecer lo que hoy reconozco como un vicio”.

El Bobby -como lo llaman sus amigos -confiesa haber sido un niño muy travieso y también admite tener una madre muy inteligente que no tardó en descubrir el amor de su hijo por Cruz Roja y en condicionar los ‘permisos’ para asistir a las reuniones de los Juventinos como una medida disciplinaria. Travesuras aparte, la vida y diversos acontecimientos alejaron momentáneamente a Jorge de Cruz Roja. Unos años después, una renovada vocación por el servicio en materia de salud le condujo a otra institución: El Escuadrón S.O.S dependiente de la Dirección General de Servicios Médicos del Distrito Federal. Este organismo capacitaba a los voluntarios para ser paramédicos… Jorge había decidido su destino, y unos años después se integraría a Cruz Roja. En ella, nos cuenta, “hacía guardias nocturnas los martes, jueves y sábados y -como voluntario- cubría servicios desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la noche. Mi vida era la Cruz”.

De su experiencia como paramédico, Jorge atesora lo bueno: “Los rescates que dejan mayor huella son los relacionados con niños. Recuerdo una ocasión en que llegamos a asistir una mujer que había quedado prensada bajo un camión, junto con su pequeño de un año. Ella ya había fallecido cuando llegamos… al bebé lo perdimos pocos minutos después. Estábamos por irnos cuando un testigo nos preguntó: ‘¿Y la niña?’. ‘¿Cuál niña?’ Indagamos. ‘Es que la señora alcanzó a empujar a su hija fuera del camino antes de que la atropellara el camión’. 

“Todavía puedo verla -cuenta Jorge- una pequeñita de tres o cuatro años, vestida completamente de rosa. Había dos opciones: Llevarla al Ministerio Público y dejarla ahí solita, o buscar a sus familiares. Nos decidimos por lo segundo. Platiqué mucho con la chiquita hasta tranquilizarla y ganarme su confianza. Horas más tarde, logró darnos el nombre de la fábrica donde trabajaba su papá y al final del día fue posible reunirla con él. “Aún conservo un pequeño dibujo que hicimos juntos en la ambulancia.”

Y así, como Jorge, los integrantes del equipo de Rescate Urbano salen todos los días para responder al llamado de la ciudadanía. Protagonistas cotidianos de una de las áreas neurálgicas de Cruz Roja Mexicana, su capacidad y rapidez de respuesta hace la diferencia para muchas personas.

Su misión, desde luego, comienza en las calles, pero de alguna manera continúa cuando -de ser necesario- llevan a su paciente hasta las puertas del hospital. Como ya lo dijo en alguna ocasión el Comandante General Alejandro Segura Millán Blake, “debemos dejar al paciente en las manos más capacitadas para que continúe su tratamiento y rehabilitación”. Esto es algo que en Cruz Roja Mexicana se hace muy bien porque se cuenta con un equipo comprometido y totalmente entregado a su misión. “Todos -como ha señalado Segura Millán- tienen bien puesta la camiseta y todos ofrecen sus servicios para conservar el espíritu del voluntariado, que es la esencia de Cruz Roja Mexicana, lo que da sentido a su existencia. Hasta aquí el artículo de “suma”.

Por mi parte, le agradezco a Dios la dicha de tener una buena cantidad de amigos en esta maravillosa institución. ¡Cómo me gustaría que muchos otros se contagien de este tipo de “vicios”!