¿Amigos?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Hace poco publiqué un artículo titulado “Sí se puede” donde mencioné cómo dos catedráticos universitarios habían tenido como alumnos al hijo del otro, y cómo uno de ellos, aprobó su alumno “en razón de su amistad con su padre” aunque el muchacho no había estudiado lo necesario, a diferencia de su colega quien había reprobado al hijo del primero por no saber la materia.

Después de leer dicho artículo, mis buenos amigos Manuel Yarto Viesca, y Manuel Yarto Wong me comentaron que les había parecido incorrecto el proceder de quien se comportó benignamente, pues está claro que faltó a la justicia; y en un caso así la amistad entre los padres no debería influir en la calificación del estudiante flojo. Yo estoy de acuerdo con los Manueles y, ante la posible duda, he de recordar que no justifiqué tal conducta, aunque al no reprobarla pude dejar esa impresión. Pido perdón.

Traigo a colación lo anterior, pues me parece que hablar sobre la amistad es algo muy importante. Es más, considero que entre las decisiones más trascendentales de nuestras vidas está la de saber escoger a los amigos, y ya metidos en este tema, copio un texto de mi querido Dr. Bernardo Coindreau donde dice:

“Un amigo es quien no te juzga, te comprende, y hace más fácil tu existencia.
Es quien no te domina, te libera, pero camina junto a ti, por si tus caídas te dolieran.
Un amigo es aquel que cree en ti, te respeta, y te escucha hablar de pequeñeces.
Es quien enaltece tus virtudes, y disimula al encontrar en ti defectos.
Es aquel que tiene la capacidad de comprenderte, aceptarte, quererte y tenerte siempre en la mente.
Un amigo es aquel que aumenta tu autoestima al admirarte, y pretende, con su ejemplo, enriquecerte”. 

Estoy de acuerdo con mi buen amigo Bernardo, aunque me atrevería a aclarar que la afirmación de no juzgar la entiendo como: no recriminar amargamente lo negativo con deseo de molestar, pero considero que tiene la obligación de hacérselos ver, en razón del empeño por ayudarlo a crecer en las virtudes y luchar contra sus defectos, pues de no ser así se pasaría, de amigo, a cómplice. 

En el texto citado reconozco muchas afirmaciones importantes, como la de saber respetar la libertad de quienes queremos sin alejarnos mucho, es decir, saber apoyar las decisiones ajenas manteniéndonos a la distancia oportuna para echar la mano en el momento preciso. Por otra parte, ¡qué agradable resulta platicar con ese otro yo. . .! claro está: de pequeñeces, de tonterías, de chistes a veces sin chiste. En fin, la amistad envuelve un ambiente cálido que arropa el alma en las buenas y en las malas. 

Pero, también es cierto que la amistad no siempre es lo que parece. Decía un ilustre personaje que “si quieres saber cuántos amigos tienes; haz que te metan en la cárcel, y los descubrirás solamente en quienes te visiten”. 

La verdadera amistad exige perdonar los olvidos, los descuidos y, en ocasiones, las groserías, y de todo ello hay que hablar; pues de lo contrario puede fermentar en las almas y termina apestando. . . oliendo a traición, y produciendo crítica y desilusión. La sinceridad, la sencillez, y la confianza son, pues, buenas amigas de la amistad. 

Es cierto que, al igual que se puede dar el amor a primera vista, podemos hallar buenas amistades frescas; pero como pasa con los buenos vinos, las amistades añejas suelen ser las mejores, y mantener una amistad que supere el paso de los años requiere de un cuidado especial, con detalles de atención, con esfuerzo, y es aquí donde podemos descubrir la causa del fallecimiento de muchos afectos. Un amigo es un tesoro que debemos aprender a valorar. . . y disfrutar.