Cómo fomentar virtudes

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Es grande la importancia que tienen en nuestras vidas virtudes como el orden, la puntualidad, la laboriosidad, la constancia, etc. De ahí el interés que ponen los encargados de la contratación de personal en cualquier empresa o negocio sobre estos temas. De igual o mayor importancia son en el ámbito familiar virtudes como la comprensión, la paciencia, la lealtad, el espíritu de servicio, etc., donde “el proceso de evaluación y selección de personal” se debe llevar a cabo durante el noviazgo.

Estos temas suelen estar en la mente de todas las madres de familia cuando pretenden educar a sus hijos insistiéndoles en que dejen la ropa en su lugar, que tiendan sus camas, que no dejen la ropa tirada, que se laven los dientes, que digan por favor y gracias, y muchas, muchas, muchas cosas más. Pero desafortunadamente, no resulta raro que, por su parte, los hijos se desconecten de la frecuencia en la que transmiten sus progenitores, pues tanta insistencia llega a cansarlos. ¿Qué hacer en esos casos?

Dado que la educación puede definirse como un proceso en el que se pretenden inculcar las virtudes, al tiempo que se erradican los vicios; nos conviene tener unas cuantas ideas muy claras:

1a. La virtud que se pretende fomentar en un hijo, han de vivirla, antes, los padres.

2a. Recordar que una virtud requiere de un proceso lento y constante, perseverante y paciente.

3a. La virtud deseada ha de presentarse siempre como algo atractivo, esto es, tratando de crear la ilusión de disfrutar las consecuencias positivas de ello.

4a. Dado que un proceso así puede resultar cansado, sobre todo en algunas temporadas, convendrá motivar de nuevo al hijo, por ejemplo haciéndolo consciente de los logros que hasta entonces haya logrado.

5a. Las virtudes han de buscarse por ellas mismas, y no deberán compensarse con dinero o cosas materiales. Por lo menos, que esto no sea lo habitual, sino sólo en casos muy excepcionales.

6a. Se cometería un grave error, al pretender formar la misma virtud en dos personas, con idénticos resultados, en el mismo tiempo. La experiencia demuestra que nunca se deben hacer comparaciones entre los hijos, puesto que cada uno es distinto. 

7a. Convendrá dejar claro que la adquisición de la virtud requerirá esfuerzos, así pues, el educando deberá presupuestarlos, sin sentirse engañado cuando se requieran.

Para reforzar lo anterior permítanme contarles sobre un experimento en el que metieron una rata en un tambo con agua, la cual nadó durante poco más de diez minutos antes de aparecer como ahogada. Después de ello, se le sacó para que se repusiera. Poco más tarde, se hizo lo mismo pero después de uno pocos minutos se le echó un trozo de madera suficientemente grande de forma que se pudo mantener flotando. Posteriormente se repitió la prueba pero esta vez sin la ayuda de la madera. El resultado fue que se mantuvo nadando por más de ochenta horas esperando que apareciera otra tabla de salvación antes de ahogarse. 

Aunque el actor de la prueba era un animal, considero válido el ejemplo. La deducción resulta evidente: mientras tenemos la esperanza de llegar a feliz término aumentamos considerablemente nuestra perseverancia en los esfuerzos. Sin embargo, y esto marca una diferencia absoluta con los animales. Al hombre no se le debe engañar haciéndolo abrigar falsas esperanzas, porque al saberse timado, suele perder la confianza en quien trata de ayudarlo. 

Dentro de veinte años me platican cómo les fue en la educación de sus hijos.