El gran asilo
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Me parece comprensible el triste fenómeno del mal humor en
personas mayores. Cada vez que visitamos asilos, o casas de
reposo —como ahora se les suele denominar— solemos ver a
esos viejitos tristes que suelen quejarse de muchas cosas. Puede
ser del personal que los atiende, del clima, del abandono de sus
familiares, de los demás inquilinos, de sus padecimientos físicos…
Si ponemos un poco de atención a ese ambiente pesimista
podemos deducir que hay muchos factores que influyen en los
abuelitos, pues con el paso de los años el cuerpo y la mente van
perdiendo facultades. Se deterioran el oído, la vista, la memoria,
la capacidad de movimiento. Por lo mismo, se pierde el gusto por
muchas aficiones y entretenimientos.
Cuando el cuerpo duele y las personas amadas o ya se murieron,
o se fueron a vivir lejos, o simplemente están tan ocupadas en
sus labores y su merecido descanso, que no les hace ninguna
ilusión convivir con alguien que se dedica a quejarse.
No son pocos los casos de quienes sufren esta dramática
situación, pero dentro de su propia casa, o teniendo que vivir con
alguno de sus hijos los cuales, en la mayoría de los casos, están
casados y tienen a su vez sus propios hijos. Es la tremenda
realidad que podemos llamar: Soledad acompañada.
En épocas pasadas solían poner mucha atención a los consejos de
las personas mayores. En muchas civilizaciones se consultaba al
consejo de ancianos para poder decidir sobre los asuntos
importantes, tanto de forma personal, como de los grupos
sociales. Hoy en día se considera que no hacen falta sus
recomendaciones, pues tenemos acceso a medios de información
que nos resuelven todo tipo de problemas. Aunque no suelen
darnos los consejos oportunos y personalizados por el cariño para
saber valorar nuestras experiencias personales.
Ahora quiero referirme al ambiente de los formadores de opinión
en los diversos medios formales de comunicación y en lo que
observamos a diario en las redes sociales.
Cada vez que leo o escucho a quienes dan sus opiniones sobre
todo tipo de temas, me siento metido en un gran asilo. Es decir,
cada día más, los adultos, y los jóvenes también, se comportan
como ancianos criticando todo lo que sucede cerca y lejos de
ellos. Es cierto que la crítica siempre ha existido, pero ahora
suele hacerse desde cualquier teclado y en proporciones nunca
antes vistas.
Las computadoras y los teléfonos celulares son usados por no
poca gente como máquinas de destrucción. Lo importante para
muchos es desacreditar a cualquiera que esté arriba, que tengo
alguna responsabilidad, o que se atreva a tomar cualquier
decisión, para hacerlo quedar como ignorante y torpe. Si se
descubre algún error o descuido cualquiera se hace acreedor
automático para recibir los peores insultos de parte de un
cualquiera.
Quizás me digan que esto no se puede evitar, que va contra la
libertad de pensamiento y contra el derecho de expresión. Es
cierto, es inevitable… pero personalmente quizás alguien tome la
decisión de dejar de hacerlo. ¡Esto ya sería una gran cosa! ¿No?
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