Eternidad vacía
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
¿Alguna vez ha oído usted hablar de Nicolás Charles Oudinot o de
Louis Nicolas Davout? Puedo suponer que estos nombres son
absolutamente desconocidos para la humanidad en nuestra
época. Sin embargo, y no sé por qué, se me ocurrió pensar en los
militares de alto rango que sirvieron bajo las órdenes de
Napoleón Bonaparte.
Estos caballeros llegaron a ser 2 de los 26 mariscales durante el
Primer Imperio Francés de 1804 a 1814; es decir, estos dos
se￱ores fueron “muy importantes” en Francia y en Europa hace
apenas dos siglos, y ahora, nadie habla, ni se interesa por ellos y
lo que hicieron como personas.
¿Por qué hago referencia a ellos? Porque me sirven de ejemplo de
lo que seguramente pasará con nosotros unos años o meses
después de que hayamos dejado este valle de lágrimas. A nadie
le importará detenerse a pensar o admirar nuestras vidas. Es
más, aquellas personas que seguramente nos llorarán cuando les
llegue la noticia de nuestras muertes, también se van a morir
antes de cien a￱os (y en muchos casos, “mucho antes”).
El ser humano del siglo XXI no se preocupa de la eternidad…, y
esto me parece grave. Claro que es una simple y particular
opini￳n, la cual usted podrá compartir o no… y ya que estamos en
las fiestas patrias: ¡Viva la libertad de opinión!
Permítaseme repetir: ¡El hombre de nuestra época ha perdido de
vista la eternidad! Su realidad es únicamente lo tangible, lo que
captan los sentidos, lo que nos resulta útil, lo placentero, lo que
podemos comprar con dinero y tarjetas de crédito. Somos
profundamente pragmáticos, materialistas y consumistas.
¡Esta vida es para gozarla y ya! Y como dice la canción ranchera:
“Me río del mundo que al fin ni él es eterno; por esta vida nomás,
nomás pasamos”.
Se defienden los Derechos Humanos sin que se demuestre su
fundamento, pues la inmensa mayoría de quienes predican sobre
ellos no saben qué es el hombre.
Confunden lo psicológico con lo espiritual, el alma con la
actividad eléctrica del cerebro y el resto del sistema neurológico,
Se parte de una fenomenología en la que no cabe Dios; y es que
al final, a Dios se le ve como un dictador y juez incómodo.
Alguien que decide sobre vidas y muertes, y que exige vivir de
acuerdo a sus normas morales. Quienes piensan así, ven la
muerte como un muro de grandes proporciones: insuperable.
Para quienes tenemos la dicha de tener fe en un Dios que es
todopoderoso, sabio y que nos ama, la muerte es una puerta en
ese muro.
Negar la eternidad —tanto de forma intelectual, como de forma
práctica— vacía nuestras vidas; las hace inútiles. Vivir para
hacernos viejos achacosos, y no poder escapar de la muerte,
plantea un destino tan oscuro como triste.
La historia nos presenta innumerables ejemplos de hombres y
mujeres inteligentes quienes tenían esa fe sobrenatural y que
aportaron grandes beneficios y gozos a la humanidad. Los
museos y las salas de conciertos están repletos de esos ejemplos.