Armadoras y yonkes sociales
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
E ntre las miles de formas de ganar dinero con negocios lícitos
están las plantas armadoras de automóviles y los “yonkes”,
también conocidos como “deshuesaderos”. En las fábricas de
autos se dedican a ensamblar miles de piezas distintas entre sí,
cada una en su lugar, para que al final del proceso puedan
trabajar todas en equipo y obtener vehículos eficientes, cómodos
y seguros. En el segundo caso tenemos todo lo contrario: Los
carros chocados son desmantelados en lugares donde están
amontonados para poder separar sus diversos componentes y así
vender las piezas por separado.
Es cierto que los dos negocios pueden dejar ganancias
económicas a sus socios capitalistas y generar, a su vez, dinero
para pagar los sueldos de los trabajadores. Aquí no me ocuparé
sobre una valoración monetaria de ellos, sino me quedo con los
conceptos simples de armar y desarmar los mismos materiales.
Por principio, podemos afirmar que como negocios son mejores
las armadoras que los yonkes, tanto por su trabajo terminado,
por los protocolos de seguridad, por la limpieza de sus
instalaciones, equipos y procesos, por la precisión de los trabajos
de ensamblado, por el número de personas que trabajan en ellos,
por la capacitación del personal en todas las áreas, y por muchos
otros motivos. Ya estamos instalados, pues, en el extremo de la
pista de despegue.
Ahora quisiera utilizar estos ejemplos para hacer una
comparación con lo que todos los días apreciamos en la sociedad
en que vivimos. Muchos ven los servicios a la sociedad, y en
concreto los servicios de las administraciones públicas, como
negocio; lo cual no necesariamente tiene que ser malo, aunque,
eso sí, deben estar perfectamente regulados por las leyes, y
supervisados para que no se den abusos de poder y
enriquecimientos ilícitos.
Pero por otra parte, hay quienes se afanan en dividir a los
sectores sociales —especialmente a los más lastimados— para
convertirlos en grupos de presión, y así conseguir beneficios para
partidos políticos, grupos o individuos corruptos.
Desafortunadamente estas deformaciones de la verdadera
política —que debe buscar el bien común— son tan frecuentes
que nos hemos acostumbrado a ellas de forma tal que muchas
veces no son sancionadas como lo exige la Ética.
No debemos temer a la diversidad pues no es mala, es algo
evidente en toda sociedad y, en buena medida, es necesaria;
pues gracias a ella podemos hacer más. Si tenemos la capacidad
de integrar los diversos factores humanos dentro de un clima de
respeto y colaboración. Lo que no se vale es la crítica y la
zancadilla sucia.
Es evidente que la fortaleza de una sociedad depende, en buena
medida, de su unidad, por eso quienes tratan de dominarla se
empeñan en desunirla. Los factores más fuertes en la cohesión
social son la historia, la cultura, la religión y los ideales. La
experiencia nos enseña como muchas veces los países poderosos
utilizan todo tipo de recursos para minar dichos factores.
Hagamos un sincero examen de conciencia personal para ver si
somos sembradores de paz y unidad, o simples egoístas.