Miedo a la realidad
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Quizás una de las características de nuestra época sea el miedo a
la realidad. Lógicamente el miedo nos ha acompañado a lo largo
de toda la historia de la humanidad, pero resulta notorio que hoy
en día hay mucha gente que busca escaparse de aquello que
teme, como por ejemplo; su familia, su trabajo, su país, sus
enfermedades…
El miedo es un sistema de defensa en los animales —incluyendo
al ser humano— de tal forma que, de manera consciente o
instintiva, podamos protegernos ante lo que puede dañarnos. Sin
embargo, hay muchos tipos de miedos y no todos son sanos.
Incluso se pueden convertir en enfermedades mentales de tipo
psicosis, tanto de forma individual como colectiva.
El miedo al dolor lleva a muchas personas incluso a quitarse la
vida, aun cuando todavía pueda faltar mucho tiempo para sufrir
esos dolores. Aquí, por lo tanto, estamos frente a casos de
personas con poca fortaleza. Por otra parte, podemos encontrar a
otros con una enorme capacidad de soportar penas de todo tipo.
Nuestros miedos pueden darse frente al dolor físico o
sentimental. Tememos perder a nuestros seres queridos, los
bienes materiales, la salud, la belleza, el “status” socio-
económico, el prestigio, etc. Hay quienes temen el rechazo social,
los cambios de trabajo, de escuela, de ciudad y, en muchos
casos, aparece el miedo a lo desconocido.
Los adelantos técnicos nos ofrecen hoy medios de transporte, de
comunicación, de diagnóstico médico; así como medios curativos
y en muchos rubros más que nos facilitan la vida sin comparación
con lo que se tenía en épocas pasadas, y no me refiero aquí a
tiempos muy lejanos sino, incluso, a los sistemas de vida que se
tenían hace apenas cien años. Pero todo esto trae consigo,
también, un debilitamiento personal muy marcado, de forma que
ahora somos más frágiles y quejumbrosos que nuestros
antepasados.
Lo normal es que sucedan tragedias. Todos los días los noticieros
nos informan de tantos hechos desagradables y, sin embargo, no
acabamos a acostumbrarnos, sobre todo cuando las desgracias
nos afectan directamente. Es decir, no solemos presupuestar lo
negativo. Queremos una vida más placentera y cómoda. Y éste es
un recurso muy socorrido por la mercadotecnia.
Los niños no suelen estar preparados para vencer el miedo, y
cada vez los hacemos más cobardes, pues les trasmitimos
nuestros temores. No se fomenta en ellos la virtud de la fortaleza
para saber enfrentar lo que supone esfuerzo y sufrimiento…
realidades que, tarde o temprano, se hacen presentes en
nuestras vidas.
Todos tenemos que aprender a manejar nuestros miedos. Para
quienes tenemos la dicha de saber que Dios existe, el dolor puede
llegar a tener un sentido positivo.
Sobre todo, cuando vemos que Jesús aceptó ofrecer su vida en
la Tierra muriendo en una cruz para que nosotros podamos
conseguir la vida sobrenatural en el cielo.
La fe en Dios no hace que el sufrimiento desaparezca, pero sí
puede ayudarnos a encontrar en él un medio para crecer en las
virtudes, y acompañar de cerca a ese Dios que vino a salvarnos.
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