Almas encarceladas
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Con frecuencia ubicamos a la gente en categorías como
altos y chaparros, ricos y pobres, jóvenes y viejos,
buenos y malos, sanos y enfermos, etc. Pero es fácil
perder de vista que existe otra forma de “clasificar” que
tiene una gran importancia, en cuanto: libres y
prisioneros.
Ahora bien, los presos pueden estar recluidos en cárceles
donde deberían purgar sus condenas los delincuentes.
Pero también, existen otros prisioneros que llevan sus
celdas a sus hogares, trabajos y demás ocupaciones.
Son prisioneros de vicios como el alcohol, las drogas, la
pornografía, el juego… Otros, en cambio, están
confinados dentro de enfermedades mentales.
Estamos asomándonos a una realidad tan compleja
como terrible. Ese mundo en el que trabajan los
psicólogos y los psiquiatras tratando de curar, o paliar,
los sufrimientos de enfermos y sus familiares.
Si para los especialistas es difícil entender y resolver una
variadísima gama de enfermedades psíquicas, para
quienes no tenemos esa formación es muy fácil ser
injustos al interactuar con neuróticos, psicópatas, o con
personas que padecen depresiones, por mencionar
algunos ejemplos.
Quienes sufren de tales padecimientos pueden ser más
propensos a maltratar a su familia y demás personas, y
caer en vicios de todo tipo. Dichas conductas suelen
interpretarse en la sociedad como faltas de educación o
de mal genio; como si se tratara de personas egoístas a
las que sus padres no supieron enseñarles el respeto a
los demás. Pero no se les ve como enfermos.
Quizás lo más difícil en estos temas sea poder distinguir
entre los realmente enfermos, y quienes simplemente
son flojos, negativos, malhumorados, y agresivos por su
egocentrismo.
Desafortunadamente, aquí se cierran los círculos
viciosos, pues lo que está motivando las conductas
antisociales, con actuaciones negativas —muchas veces
agresivas— no es algo necesariamente voluntario. No
son manifestaciones de conductas libres, sino de
individuos sometidos en prisiones ambulantes. Son, en
definitiva, almas encarceladas, pero a las que siempre se
les juzga como culpables, todo lo cual se revierte en más
reacciones negativas, que terminan dañando a todos los
que están cerca.
Como se puede ver, estos casos son tremendamente
duros y difíciles, y más frecuentes de lo que podría
parecer.
En aquellas agrupaciones enfocadas a ayudar a personas
con problemas de conducta, se pueden escuchar
historias de gente que sufre por dentro, sus propios
males, y por fuera, al saberse rechazados.
Hay —incluso— enfermos quienes padecen tales
desequilibrios, que no pueden distinguir entre lo bueno y
lo malo. Simplemente las categorías morales, para ellos,
no existen. Esto es mucho más grave, y dicha
incapacidad los puede hacer peligrosos.
De todo esto podemos deducir la importancia de
asesorarnos con especialistas para recibir orientaciones
sobre el diagnóstico, y las convenientes formas de tratar
a quienes presentan estos rasgos de conducta. Quizás
aquí, como sucede en otros asuntos, podamos decir que
si no eres parte de la solución, eres parte del problema.
Y en todos los casos, se requiere de un gran esfuerzo de
paciencia.
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