Ese señorón
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Para quienes no sepan quién fue Narciso Yepes valdrá la pena
decir que: uno de los mejores guitarristas clásicos, reconocido
mundialmente, en el siglo XX. Aquí copio algunas líneas de una
entrevista de Pilar Urbano a este gran hombre.
Narciso, dígame una cosa con toda sinceridad. ¿Qué es el triunfo
para usted?
Jamás me he preocupado por el éxito, ni por el triunfo, ni por el
aplauso... Todo lo que me ha ido viniendo de aceptación, por
parte del público o de la crítica, lo he recibido con las mismas
dosis de alegría que de humildad. Yo soy humilde de cuna y creo
que soy humilde de espíritu. Y en eso no pienso cambiar. Nunca
me he envanecido, ni me he endiosado. El éxito no afecta al
interior de mi ser.
Yo recreo la música, primero, para mi gozo solitario. Y, sólo
después, para darla a oír a los demás. Cuando doy un concierto el
instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de
silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé
que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus
emociones estéticas. Pero yo no sólo no busco el aplauso, sino
que, cuando me lo dan, siempre me sorprende..., ¡se me olvida
que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo
más: casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He
dicho «casi siempre» porque hay veces en que, por mi culpa, en
pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero
Dios y yo sí.
Y.. ¿a Dios le gusta su música?
¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le
dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte..., mi
trabajo.
¿Siempre ha tenido usted esa fe religiosa que ahora tiene?
No. Mi vida de cristiano tuvo un largo paréntesis de vacío, que
duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer, y ya no recibí ni
una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe... ¡Con decirle
que comulgué por primera vez a los veinticinco años! Desde 1927
hasta 1951, yo no practicaba, ni creía, ni me preocupaba lo más
mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una trascendencia
y un más allá. Dios no contaba en mi existencia. Pero... luego
pude saber que yo siempre había contado para Él. Fue una
conversión súbita, repentina, inesperada... y muy sencilla.
Es tremendo que el hombre, por cuatro cachivaches técnicos que
ha conseguido empalmar, se haya creído que puede prescindir de
Dios y trate de arreglar esta vida con su solo esfuerzo... Pero
¿qué está consiguiendo? No es más feliz, no tiene más paz, no se
siente más seguro, no progresa auténticamente, pierde el respeto
a los demás hombres, utiliza mal los recursos creados..., y él
mismo es cada vez menos humano. La sociedad tecnificada y
postindustrial de este siglo que vivimos ha perdido su norte. Está
equivocada. Marcha fuera del camino...; por eso no avanza
verdaderamente. Y esto lo afirmo y, si me lo pone por escrito, lo
firmo.
www.padrealejandro.com