Ese “tonito”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez    

Hace tiempo, cuando daba una clase, una persona llegó dos minutos tarde. En plan de broma le dije: “bonitas horas de llegar”. Ella entendió que se trataba de una guasa, y me respondió: “Pues si sólo son dos minutos”. Contesté en plan de “ofendido”: Si yo lo que estoy diciendo es que “estas son unas bonitas horas para llegar”, a lo que con un “passing shot” reviró con un: Pues sí, pero lo que molesta es el “tonito”, con lo cual ganó el punto y todos nos reímos muy a gusto.

El famoso “tonito” es uno de los asuntos de más importancia en las relaciones personales, pues no basta con decir lo que uno piensa… y ojalá esto fuera una realidad, pues no es una novedad que la gente suele decir lo que piensa, aunque no piense lo que dice.

El tono en la forma de hablar es tan importante como los colores en una fotografía, o como los olores en la comida. Es el ingrediente que puede convertir un sí en un no; un ahora, en un nunca; un te necesito, en un simplemente te soporto; un nunca te olvidaré, en te puedes ir sin que te recuerde; un te ves muy bien, en un no quiero ofenderte diciendo lo que pienso; un sabes que puedes contar conmigo, en un ya veré si te quiero ayudar cuando venga el momento.

El tono de voz puede ir acompañado del gesto del rostro y del lenguaje corporal. Hay muchas formas de decir te quiero, sin que la voz se pueda escuchar, y un te odio silencioso, pero espeso y deprimente por medio de una postura indiferente. Por la forma en que hablamos nos hacemos agradables, antipáticos u odiosos.

Esta es una realidad que no se aprende en las aulas, sino en la casa desde que nacemos, y a lo largo de la vida.

La ironía, por su parte, es un recurso hiriente que lastima, pues demuestra desconfianza y desprecio, y que puede ir acompañada de una sonrisa que no será sincera, sino burlona.

Por otra parte, nos conviene tener en cuenta que el orgullo trabaja como un amplificador de las ofensas, y que todos somos orgullosos. Algunos más que otros. Por eso lo que decimos con tonos hirientes es recibido por la parte ofendida con mucha más fuerza de la que sale de nuestras bocas o nuestras actitudes.

En ocasiones solemos juzgar tan sutilmente que ni siquiera nos damos cuenta. Al conocer a una persona la “escaneamos” en automático, haciendo una valoración integral y nuestra forma de tratarla dependerá de ello. A veces tendrá que pasar mucho tiempo para poder estimarla con objetividad. Claro está que al juzgar a primera vista podemos equivocarnos; por eso nos conviene ser prudentes y esforzarnos para no etiquetar.

Mi experiencia personal me ha demostrado que el mejor tono para conversar es el comprensivo. Aquel que produce empatía, que se conjuga en el “nosotros”…, en el “tú y yo”.

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