Ese “tonito”
Hace tiempo, cuando daba una clase, una persona llegó dos
minutos tarde. En plan de broma le dije: “bonitas horas de llegar”. Ella
entendió que se trataba de una guasa, y me respondió: “Pues si sólo son dos
minutos”. Contesté en plan de “ofendido”: Si yo lo que estoy diciendo es que
“estas son unas bonitas horas para llegar”, a lo que con un “passing shot”
reviró con un: Pues sí, pero lo que molesta es el “tonito”, con lo cual ganó el
punto y todos nos reímos muy a gusto.
El famoso “tonito” es uno de los
asuntos de más importancia en las relaciones personales, pues no basta con decir
lo que uno piensa… y ojalá esto fuera una realidad, pues no es una novedad que
la gente suele decir lo que piensa, aunque no piense lo que dice.
El tono
en la forma de hablar es tan importante como los colores en una fotografía, o
como los olores en la comida. Es el ingrediente que puede convertir un sí en un
no; un ahora, en un nunca; un te necesito, en un simplemente te soporto; un
nunca te olvidaré, en te puedes ir sin que te recuerde; un te ves muy bien, en
un no quiero ofenderte diciendo lo que pienso; un sabes que puedes contar
conmigo, en un ya veré si te quiero ayudar cuando venga el momento.
El
tono de voz puede ir acompañado del gesto del rostro y del lenguaje corporal.
Hay muchas formas de decir te quiero, sin que la voz se pueda escuchar, y un te
odio silencioso, pero espeso y deprimente por medio de una postura indiferente.
Por la forma en que hablamos nos hacemos agradables, antipáticos u odiosos.
Esta es una realidad que no se aprende en las aulas, sino en la casa desde
que nacemos, y a lo largo de la vida.
La ironía, por su parte, es un
recurso hiriente que lastima, pues demuestra desconfianza y desprecio, y que
puede ir acompañada de una sonrisa que no será sincera, sino burlona.
Por
otra parte, nos conviene tener en cuenta que el orgullo trabaja como un
amplificador de las ofensas, y que todos somos orgullosos. Algunos más que
otros. Por eso lo que decimos con tonos hirientes es recibido por la parte
ofendida con mucha más fuerza de la que sale de nuestras bocas o nuestras
actitudes.
En ocasiones solemos juzgar tan sutilmente que ni siquiera nos
damos cuenta. Al conocer a una persona la “escaneamos” en automático, haciendo
una valoración integral y nuestra forma de tratarla dependerá de ello. A veces
tendrá que pasar mucho tiempo para poder estimarla con objetividad. Claro está
que al juzgar a primera vista podemos equivocarnos; por eso nos conviene ser
prudentes y esforzarnos para no etiquetar.
Mi experiencia personal me ha
demostrado que el mejor tono para conversar es el comprensivo. Aquel que produce
empatía, que se conjuga en el “nosotros”…, en el “tú y yo”.
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