Ese asunto del perdón

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

La convivencia humana es una realidad sumamente compleja, donde entran en juego la hora del día, el clima, el lugar, la salud, y otros factores, pero sin lugar a dudas, lo más importante, son aquellos individuos con quienes nos relacionamos.

No por ser miembros de la misma familia estamos necesariamente predispuestos a tener una actitud positiva. En ocasiones, incluso, el parentesco puede ser un factor negativo en nuestra forma de tratarlos.

Personalmente nos influyen el egoísmo, el protagonismo, la comodidad, los prejuicios y, por supuesto, las experiencias que hayamos tenido con esas personas en el pasado.

Como se puede ver, el trato con los demás no se rige por simples fórmulas matemáticas donde 2+2 son 4. Entre nosotros 2+2 pueden ser 37, o cero.

A veces lastimamos a otros con plena advertencia y voluntad (y con gozo). Otras, en cambio, lo hacemos sin pretenderlo e, incluso, queriendo ayudarlos, o tratando de hacerles pasar un rato agradable. Muchas veces nuestras bromas lastiman por falta de tacto. Aquí la prudencia es especialmente necesaria. Hay gente muy poco atinada en sus comentarios y, por ello se ganan el aislamiento.

Saber convivir es un arte en el que podemos encontrar verdaderos maestros. Hay personas a las que se les da, de forma natural, el ser amables, es decir, dignos de ser amados. “Tienen ángel” decimos. Pero todos podemos mejorar en ello si nos esforzamos por aprender de esos expertos.

Los roces son inevitables pues cada cabeza es un mundo, y todos tenemos derecho a pensar de forma distinta. Esto suele provocar conflictos pues esas opiniones pueden involucrar a los otros. Pensemos, por ejemplo, en los desacuerdos sobre la educación de los hijos: Permisos, regaños, castigos y preferencias suelen ser motivos de desavenencias entre los cónyuges.

Creo que el asunto de pedir perdón cuando uno es el que se sabe, o se siente ofendido, es mucho más difícil de lo que supone simplemente pronunciar las palabras: “te pido perdón”.

Pedir perdón supone humillarse, es declararse culpable, cuando con mucha frecuencia la falta no es sólo de una parte, sino de las dos. Está claro que donde entra el factor humano las cosas se complican, pues ese factor humano suele ir acompañado de un orgullo disfrazado de autoestima, de una exigencia “ecuánime” por la justicia, o del reclamo por el respeto a la dignidad humana…, o como queramos llamarle para justificarnos.

Saber perdonar puede ser un acto heroico, propio de almas grades. Es algo que acrecienta la estatura moral. Absolver a los culpables con amabilidad nos asemeja a Dios mismo… pero no es fácil. Por eso mismo necesitamos la ayuda del Todopoderoso para superar nuestras limitaciones y miserias.

Además, perdonar es una medicina que no sólo cura, sino que también conforta y nos hace saborear una dulzura que no empalaga. Por el contrario, guardar odios y rencores envenena el alma y nos esclaviza poniéndonos en la categoría de los miserables, es decir de quienes cargan sus pesadas miserias como “Pípilas”.