¿Matrimonio o uniones de hecho?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Una vez más salta a la palestra el tema de la legislación
de parejas del mismo sexo igualándolas al matrimonio. No cabe duda que los
propagadores de ello han ido ganando puntos, tanto en el terreno legal como en
la aceptación de la opinión pública.
Para no pasar por alto la postura de
la Iglesia Católica en este tema convendrá recordar unos puntos básicos:
La Iglesia se basa en la “dignidad del ser humano” desde el momento de su
concepción, no sólo por ser una criatura -formada de alma racional y cuerpo
humano-, sino por haber sido creada por Dios a su imagen y semejanza, lo cual
ubica al hombre y a la mujer en un nivel muy superior al resto de las criaturas.
Partiendo de ello, defiende el respeto a toda persona sin distinción de
edad, estado de salud, condición socio-económica, capacidad intelectual,
estudios, sexo, raza, color de piel, idioma, religión, culpabilidad, ideología
política, o tendencias sexuales.
Teniendo como misión la salvación de las
almas, la Iglesia se interesa en todo aquello que -de acuerdo con la Ley
Natural- tiene relación con el bien común de la sociedad, y de forma muy
especial con la dignidad del ser humano, y de la familia, dado que ésta es el
ámbito primario donde ha de nacer y ser educado todo ser humano.
En
relación con el reconocimiento que, en algunos órdenes legales, se intenta dar a
la unión de vida de parejas del mismo sexo, equiparándolas con el matrimonio y,
por lo mismo, ante la pretensión de concederles el derecho a la adopción de
niños, la Iglesia afirma que dichas leyes irían “contra natura”. Por lo tanto,
no es lícito apoyar la creación de las pretendidas normas legales.
Lo
primero que convendrá entender es que la Iglesia actúa como “maestra”, no como
legisladora. Es decir -y esto es de vital importancia- la Iglesia no decide lo
que está bien o está mal; de igual manera que los profesores de Geografía no
deciden dónde se encuentran los ríos y las montañas, sino simplemente enseñan lo
que la Naturaleza ya estableció.
Si no podemos pedirle peras al olmo
(asunto que nadie discute), la unión de vida entre personas del mismo sexo será
simplemente eso: una unión de vida, no matrimonio. A nadie se le pude impedir
que viva con otro, si los dos son personas hábiles desde el punto de vista
legal, por ejemplo si son mayores de edad y están libres de otros compromisos, y
dicha convivencia no se da violentando la libertad de ninguna de las partes.
Qué bueno sería que todos, como miembros de la Iglesia, sepamos atender a
las personas homosexuales como las ve Jesucristo; con comprensión, con oración,
sin discriminaciones. Ayudándolas a luchar por vivir de acuerdo con la Ley
Natural para que superen el miedo de acercarse a ese Dios que sigue esperándonos
a todos con los brazos abiertos, como el padre del hijo pródigo que se goza por
el regreso del que estaba lejos de su casa.