Cuando los sentimientos…
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Con frecuencia escuchamos que el alma humana tiene dos
facultades superiores: entendimiento y voluntad. Erróneamente podemos suponer
que éstas son como dos habitaciones separadas por una pared en la que hay una
ventana de comunicación, pero al fin y al cabo, dos estancias autónomas.
Es
cierto; la voluntad no es la inteligencia y, por lo mismo, la inteligencia no es
la voluntad, pero entre las dos hay una estrecha convivencia e interrelación, de
tal forma que la influencia entre ellas es muy fuerte. Por eso las cosas que más
nos gustan las podemos entender con más facilidad, y lo que nos molesta suele
resultarnos más difícil. Estos ejemplos los encontramos a diario entre los
estudiantes a los cuales les parecen odiosas las materias impartidas por los
profesores que les caen mal, y viceversa.
Ahora bien, el reto está en el
esfuerzo por conseguir que la voluntad se incline por lo que la inteligencia le
presenta como bueno y conveniente. Por principio, este es el camino que
deberíamos seguir a diario para reducir el porcentaje de errores en todos los
órdenes.
En temas referentes al corazón es muy importante tratar de que los
sentimientos no lleguen antes que la razón, pues se corre el riesgo de
enamorarse de la persona equivocada, con todas las consecuencias que estos
asuntos suelen arrastrar.
Qué difícil resulta tratar de convencer a un joven
de que tal persona no le conviene, cuando a los ojos de los demás los datos
negativos son evidentes: Inmadurez, egocentrismo, alcoholismo, faltas de
respeto, inestabilidad emocional, irresponsabilidad, procedencia de familias
disfuncionales, promiscuidad, falta de carácter, puerilidad y otras
manifestaciones que, tarde o temprano, serán causas de conflictos serios.
Es
cierto que todas las decisiones que tomamos en la vida implican riesgos, unos
pequeños y otros grandes. Siempre podremos equivocarnos eligiendo lo menos
apropiado, pero cuando se trata de compartir la vida entera, y formar una
familia, es fundamental estudiar con serenidad esas elecciones.
Siendo el
matrimonio en sí una vocación de servicio, requiere el ejercicio de todas las
virtudes humanas para convivir estrechamente con el cónyuge y educar a los
hijos, toda vez que estas dos realidades son sumamente arduas y delicadas. Por
otra parte, no debemos olvidar que los seres humanos cambiamos con el paso del
tiempo, y lo que ahora se presenta como bello y placentero puede convertirse en
algo desagradable. Esto influye en que, durante las últimas décadas, el número
de divorcios haya crecido tanto.
La formación requerida para ser un buen
esposo y padre (entiéndase, esposa y madre) ha de comenzar desde la educación de
los padres de los novios, es decir, desde los abuelos. Lástima que no podamos
echar el tiempo para atrás.
Es recomendable, pues, que quienes tienen hijos
pequeños dirijan sus esfuerzos educativos a fin de formar futuros buenos esposos
y padres en una senda que resulte amable, donde las virtudes se presenten de
manera positiva y enfocadas a hacerles la vida agradable a los demás. Ya sé que
esto no es fácil, pero sí, muy importante.