Incapacidad de amar
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Cuando definimos al ser humano solemos repetir aquello de
“animal racional”, sin embargo, aunque indispensable, la capacidad intelectual
no es el fin del hombre. La racionalidad ha de estar al servicio de la capacidad
de amar.
Todos nos quejamos de las innumerables lacras que a diario
descubrimos cerca y lejos de nosotros, y que deterioran la convivencia humana.
Cuando vemos que el hombre comercia con sus semejantes, cuando los infantes no
son respetados en los programas de televisión y son considerados como animales
de engorda por la mercadotecnia en un ambiente de consumismo, tan propio de una
economía liberal en la que el dinero manda, mientras escuchamos publicidad que
pregona los derechos de los niños, podemos deducir que nos está faltando
coherencia.
La proporción de divorcios se ha disparado en las últimas
décadas y uno de los factores detonantes de esta triste realidad son los
problemas económicos.
Por otra parte, la consecución del dinero exige a
muchos padres, y madres de familia, que deban ausentarse de sus hogares durante
más tiempo del que sería deseable para poder convivir en sana paz con los suyos.
En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no podremos
encontrar la palabra “emproblemado”, pero en la vida real, sí. De hecho la mayor
parte de los problemas que afectan el desarrollo de la personalidad de algunas
personas se debe a la carencia de cariño desde los primeros años de vida. Este
tipo de deficiencias son como la carga genética, pues suelen heredarse de padres
a hijos. De hecho, es común que quienes sufren esta incapacidad rechacen también
el afecto que otros pretender darles.
Hoy en día solemos escuchar
comentarios sobre la pobreza en el mundo, pero podemos perder de vista que la
pobreza de corazón puede ser más triste.
En la práctica son muchos
quienes se rigen por esquemas positivistas y sólo admiten como real aquello que
pueden ver con los ojos y medir con esquemas científicos, olvidando que el ser
humano en parte es visible y en parte invisible. El amor, como el odio, son
realidades que mueven al mundo, pero que no podemos medir en metros, litros o
kilos.
Tenemos un cuerpo, y un alma –que lo vivifica– trabajando en
equipo, influyéndose entre sí. De esta forma la salud corporal ayuda a la
espiritual y viceversa; aunque no siempre la salud o la enfermedad del alma y
del cuerpo corresponden a la otra parte de nuestro ser. Son numerosos los
ejemplos de personas que padecen graves y molestas enfermedades físicas y son
capaces de mantener una actitud optimista.
Otros, a pesar de gozar de
buena salud y una posición estable suelen tender al pesimismo. Alguien me
contaba que viajando por España encontró un cartel en un bar que decía: “Hoy
hace un día espléndido, ya verás que llega un mentecato y lo echará a perder”.
Ojalá existieran las famosas varitas mágicas para resolver estos
asuntos. Pero tampoco debemos darnos por vencidos, pues siempre existe la
posibilidad –como dice una canción– de enseñar a querer.