Álvaro del Portillo
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Nacido en Madrid el 11 de marzo de 1914. Tercero de ocho
hermanos, de madre mexicana, nacida en Cuernavaca, Morelos, y de padre español.
Estudió Ingeniería en Caminos, Canales y Puertos. Graduado también en Filosofía
y Letras. Su primer doctorado lo obtuvo en Historia con la tesis
“Descubrimientos y exploraciones en las costas de California”.
Fue uno de
los primeros miembros del Opus Dei (Obra de Dios) al que se incorporó en 1935.
Formado directamente por su fundador –San Josemaría Escrivá– en el espíritu de
la búsqueda de la santidad en medio de las actividades ordinarias.
En 1944
recibió la ordenación sacerdotal junto con otros dos numerarios, siendo los
primeros sacerdotes de esta institución para ayudar al fundador en la atención
de las labores apostólicas y de formación.
Este sacerdote obtuvo, entre otras
cosas, 4 doctorados y recibió el Episcopado de manos del Papa Juan Pablo II
quien lo confirmó a la cabeza del Opus Dei, y más tarde como el primer Prelado
del Opus Dei al erigir esta institución como la primera Prelatura Personal de la
Iglesia Católica.
El próximo día 27 será beatificado en Madrid, España, de
acuerdo con la declaración del Papa Francisco.
Quienes tuvimos la dicha de
conocerlo y tratarlo, tenemos muy clara la imagen de un auténtico hombre de Dios
en el que sobresalía la virtud de la sencillez. Un ejemplo vivo de cómo una
inteligencia preclara y las muchas responsabilidades no han de ser obstáculos
para vivir una profunda humildad.
Se me agolpan los recuerdos de diversos
momentos en los que facilitaba el acercamiento atento y amable a todo tipo de
personas. Una sonrisa, no estudiada sino muy sincera, y un interés en lo ajeno
que era producto de saber gozar del trato con los demás pues tenía un gran
corazón.
Don Álvaro (como se le conocía durante años) no era un buen orador.
De carácter naturalmente tímido, supo hacer frente a situaciones que le
resultaban incómodas como tener que hablar ante miles de personas forzándose sin
que nadie lo notara. Pero personalmente lo que más me ha llamado la atención es
que a pesar de haberlo visto y escuchado en varias ocasiones nunca pude darme
cuenta de los problemas de salud que padecía. Durante muchos años sufrió de
dolores y molestias producidas por enfermedades muy intensas sin quejarse.
Otra cualidad que lo distinguía era su paz, a pesar de las grandes
responsabilidades que llevaba sobre sus hombros. Junto a lo aquí dicho, vivió
siempre, de forma muy exigente, virtudes como el orden, el aprovechamiento del
tiempo y la laboriosidad.
Supo seguir los trabajos del Opus Dei en todo el
mundo e impulsar los inicios de nuevas labores en los cinco continentes, sin
rechazar los trabajos que le pedía la Santa Sede antes, durante y muchos años
después, del Concilio Vaticano II.
No era nada común que un Papa asistiera a
los funerales de alguien, por eso llamó la atención de muchos que S.S. Juan
Pablo II fuera personalmente a rezar ante los restos de Don Álvaro cuando
estregó su alma al Creador el 23 de marzo de 1994.