¿Grave y gravoso, son sinónimos?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Permítanme dibujar un mundo bastante imperfecto. Claro está que se trata de otro planeta ubicado en un sistema solar de una galaxia a más de novecientos años luz de nosotros. Resulta que entre varias especies de seres vivos había una que se sentía orgullosa de autodenominarse “racional” y que ejercía control sobre las demás, o por lo menos eso pretendía. 

Con el transcurso del tiempo y de mucho esfuerzo, consiguieron cierto dominio de los elementos que tenían a su alcance hasta alcanzar enormes avances técnicos que les permitían, entre otras cosas, comunicarse en tiempo real con sus semejantes sin importar la distancia que los separaba. Sin embargo, a veces sucedían cosas raras entre ellos, pues a pesar de ser una sola raza con capacidad de entenderse en temas que deberían ser de interés común, algo parecía obstaculizarlos. Incluso habían llegado al grado de protagonizar conflictos entre diversos grupos, que iban desde pleitos personales hasta guerras en las que intervenían millones de individuos con armas de enorme poder destructivo. 

Estaba claro que en el fondo de sus errores había uno de gravísimas consecuencias: se habían perdido el respeto a sí mismos y junto con ello -de forma inevitable- a sus congéneres. Lo más curioso de todo esto es que unos y otros siempre solían manejar argumentos para justificar sus actitudes negativas, llegando a convertirse en héroes ante los demás. 

Estaba claro que en aquellas comunidades no faltaban los revoltosos, pero también había quienes, por otra parte, se inquietaban y trabajaban para conseguir la armonía y el entendimiento entre ellos. Estos últimos solían dedicar parte de su actividad a reflexionar sobre las causas de sus males llegando a descubrir “vibras” negativas a las que nombraron: egoísmo, comodidad, hipocresía, odio al sufrimiento y a todo aquello que pudiera provocarles dolor, irresponsabilidad, envidia, vanidad, celos y soberbia. 

Quienes descubrían las causas de los desórdenes sociales, y se atrevían a reclamar a los demás que estaban equivocados, corrían peligro de convertirse en víctimas de la violencia, la cual solía comenzar por el desprestigio social, la relegación de los grupos hasta tratarlos como si fueran delincuentes. 

Con el paso del tiempo crearon “reglas de convivencia” a las que nombraban “leyes” para poder convivir en paz y armonía, pero sus vicios hacían que esas leyes no siempre fueran lo equilibradas, justas y oportunas como deberían ser. Otras veces sus equivocaciones en este tema se debían a que confiaban la fundamentación y redacción de esas reglas a quienes no tenían un conocimiento cabal en los diversos temas. Se me olvidaba decir que esos seres racionales estaban compuestos por dos principios que los distinguían de otros a los que agrupaban en reinos a los que denominaron: animal, vegetal y mineral. Los habitantes de ese planeta no sólo eran materia; había en ellos algo muy especial que les permitía conceptualizar y espiritualizar actividades como el conocimiento, el amor, la creación de arte y muchas otras. 

Pues bien, en ocasiones llegaron a encargar la fundamentación de las leyes que deberían proteger a los más débiles a los médicos de sus comunidades, sin considerar que éstos sólo habían estudiado el comportamiento de la parte material de esas criaturas, pero jamás se formaron en el estudio profundo, de carácter científico-filosófico, de la parte espiritual por medio de lo que en la Tierra equivaldría a la Antropología Filosófica. Por si fuera poco, la redacción y promulgación de esas leyes se las apropiaron los miembros de grupos con intereses políticos, económicos y partidistas a los que sólo les interesaba que sus gobiernos no gastaran demasiado en conservar la vida de aquellos que les resultaban inútiles y gravosos. (Nota: Tal parece que los términos “grave” y “gravoso” hay quienes los entienden como sinónimos). Por ello empezaron por deshacerse de los enfermos. 

Como es lógico, y a pesar de sus “razones”, aquellos seres se fueron aniquilando poco a poco; pero no todos, pues hubo quienes por el respeto y el amor que se tenían, supieron crear comunidades sanas y consiguieron conservar la especie.