El infierno
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Antiguamente se acusaba a la Iglesia de que sólo
predicaba sobre el pecado y el infierno, olvidándose de hablar del amor de Dios
por nosotros. No dudo que se haya sesgado la predicación de algunos sacerdotes
hacia temas que muchos consideran espeluznantes para pretender que los fieles no
se dejaran seducir por las “pompas de satanás”, y así no pecaran.
Mientras
escribo esto me da risa al pensar que la gente grande no quiere hablarles a sus
hijos pequeños de estos temas, mientras esos mismos niños han visto cualquier
cantidad de películas de terror donde los demonios, fantasmas y vampiros no
paran de hacer diabluras. Me resulta curioso, por poner otro ejemplo gráfico,
que muchos niños, al momento de escoger un dulce, busquen los que tienen chile.
Dentro de la doctrina católica el tema del infierno es básico, pues según
las enseñanzas de Jesús las ovejas irán al cielo y los cabritos al abismo y, en
los dos casos, para pasar ahí toda la eternidad. De hecho, entre los textos de
los Evangelios que recogen su predicación aparecen más de veinte citas aclarando
que los condenados sufrirán castigos tremendos.
Pienso que ahora hemos caído
en el extremo opuesto, ya no se habla de estas verdades. Por otra pare, me queda
claro que la misión evangelizadora se ha de centrar en una visión positiva y
optimista por la cual, al sabernos amados por nuestro padre Dios, nos facilite
corresponderle con nuestro amor.
No hablar de infierno, sería como no hablar
de los peligros de contagio de las enfermedades, o del riesgo de morir por
cometer imprudencias al conducir o al usar armas.
Saber que el mal uso de
nuestra libertad, mientras gastamos la única vida que tenemos en este planeta,
nos puede ocultar eternamente el rostro de Dios, me resulta tan positivo como
las señales de precaución en las carreteras. Todavía no me he encontrado a
quienes se manifiesten en contra de las autoridades acusándolas de asustar a los
conductores por advertirles que se acercan a una curva peligrosa.
Recuerdo
que hace años un joven, quien no aceptaba la existencia del infierno, le comentó
a un amigo sacerdote que quizás Jesús habría hablado de ese castigo para hacer
una broma; a lo que mi colega le respondió que, broma, y de muy mal gusto,
habría sido que Jesús no nos hubiera advertido que ese “lugar” sí existe.
Aquí pongo entre comillas “lugar” pues el averno no es un espacio delimitado en
el universo, sino una forma de estar de las almas apartadas de Dios y, lo peor
de todo es que los condenados saben que ellos podrían haberse salvado, y ya
nunca lo conseguirán.
Todos tendemos a la felicidad, pero la queremos en
esta tierra y sin tener que sujetarnos al cumplimiento de las leyes de Dios.
Leyes que se basan en el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma, con todo tu mente y con todo tu ser”. Ya sé que no
es fácil, pero esta exigencia no la inventé yo.