Sociedad sin conciencia
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Cada vez que leemos una novela
histórica, o la historia “verdadera” de cualquier pueblo, en la actualidad o en
el pasado, podemos descubrir cómo quienes han sido grandes personajes, e
incluso, héroes, quienes han sacrificado sus vidas y haciendas por servir a sus
conciudadanos, muchas veces terminan siendo despreciados por quienes tanto les
debían. De igual manera podemos observar el culto que se les rinde a otros
quienes buscando su propio beneficio, o su gloria por simple y enfermiza
vanidad, terminan siendo encumbrados en la memoria de la gente.
De aquí
se pueden sacar, pienso yo, conclusiones importantes, como por ejemplo que los
pueblos no tienen memoria. Lógicamente muchos no concordarán conmigo en estos
puntos, pues existen pruebas claras de que la gente sí recuerda el actuar de
quienes han dirigido los destinos de sus pueblos, pero puedo decir a mi favor
que estas apreciaciones populares suelen estar encauzadas por la publicidad de
los guías de la opinión pública: editorialistas, reporteros, cineastas,
televisoras…
Hace años afirmaba un filósofo irlandés que él se había
hecho famoso en su país porque tomó la decisión de pensar dos veces a la semana,
pues, la casi totalidad de la gente suele pensar una vez al semestre.
Basta escuchar las entrevistas que los reporteros hacen en la calle a gente al
azar para constatar que las opiniones, sobre todo tipo de temas, suelen basarse
en apreciaciones sentimentales -poco racionales- y que suelen corresponder a
clichés repetidos en la televisión.
Otra realidad de muy graves
consecuencias es que la sociedad no tiene conciencia. La psicología de masas,
que tan bien ha sido estudiada por los políticos, los ideólogos y últimamente
por los capos mafiosos, se refleja claramente en comportamientos irracionales y
vandálicos pudiendo producir consecuencias criminales. Ejemplos de ello los
encontramos en los estadios de futbol, en las manifestaciones de inconformes, en
los pueblos que, al sentirse agraviados en sus derechos, son capaces de linchar
a delincuentes o simples posibles culpables de delitos que en ocasiones no
fueron tales; pero que bastó un voz de alarma para enardecer los ánimos de gente
temperamental.
La conciencia es la capacidad que tiene la inteligencia
para calificar la moralidad de los actos humanos, y esto sólo se puede dar a
nivel personal. La conciencia es un juicio que se debe asentar en la ley, en
este caso las leyes morales, y no en las razones de tipo sentimental -que nunca
faltan- y en las que tanta gente se basa para justificar lo que hicieron o
pretenden hacer de acuerdo a sus gustos, pasiones e, incluso, instintos.
Emplazar a la conciencia de las masas es, en la mayoría de los casos, un
intento quimérico y, por tanto, inútil.
Hemos de reconocer que estamos
muy lejos de tener pueblos con conciencias bien formadas, puesto que esto exige
padres de familia y educadores en las escuelas que tengan bien claras las bases
de la moralidad; es decir, los diversos objetos morales y los factores como la
intención y las circunstancias que influyen en dicho juicio.