La dictadura del relativismo
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Hace tiempo, cuando cambió el encargado de la sección de opinión de un
periódico, quien ocupó ese puesto nos envió una serie de indicaciones a los
editorialistas de lo que podíamos decir y lo que no. Lo que me llamó más la
atención de ese atentado a la libertad de expresión fue la prohibición de usar
expresiones como: “Indudablemente”; “no cabe duda”; y cosas por el estilo. En
lugar de ello sólo se nos permitiría afirmar: “En mi opinión”; “según yo”; etc.
Aquel “tolerante” señor no estaba dispuesto a aceptar que alguien tuviera una
visión objetiva de la realidad. En fin, una vez más se demostraba la
intolerancia de los defensores de la libertad de conciencia.
Este fenómeno
cultural al que se le denomina “dictadura del relativismo” se da a nivel
mundial. Algo que caracteriza a los inconformes, los contestatarios y los
rebeldes que se declaran en contra de los dogmas, es el hecho de ser dogmáticos.
En definitiva, estas personas se adueñan de una verdad que consiste en que
nadie tiene derecho a afirmar rotunda y absolutamente nada.
Por otra parte,
la experiencia a diario nos demuestra que hay realidades objetivas, e incluso
inalterables y otras en las que, por supuesto, cabe la valoración personal y el
juicio discordante. Los ejemplos son innumerables y, por obvios, no veo
necesario anotar ejemplos.
Pienso -y esto es opinable- que detrás de una
postura de amplitud de criterio puede ocultarse el miedo a la verdad; el temor a
aceptar que el ser humano tiene una naturaleza que exige respeto y, por lo
tanto, reclama un uso de la libertad dentro de unos límites que a muchos les
resultan incómodos.
Esta actitud rebelde suele manifestarse con mucha fuerza
en las primeras etapas de la vida: infancia, adolescencia y juventud, cuando la
vida privilegia a los menores y suele ser condescendiente en sus exigencias
hacia ellos.
La gente inmadura (de cualquier edad) suele ser hipercrítica y
especialmente sensible a las injusticias. Una de sus frases favoritas es: “no es
justo”. Claro está que este reclamo suele referirse a ellos, y muy pocas veces
al resto de la humanidad. Otra manifestación de lo mismo la encontramos en el
“tengo derecho a divertirme y a ser feliz”. Pero la vida suele demostrarnos que,
a lo que tenemos derecho es a luchar por ser felices y a ganarnos la posibilidad
de divertirnos; que no es lo mismo.
Por su parte, muchos padres de familia
tienen miedo a ser descalificados por sus hijos, los amigos de ellos, y grandes
sectores de la sociedad por su exigencia en la formación de valores y virtudes
y, dejándose arrastrar por el ambiente, evitan enfrentarse con aquellos a
quienes tienen la obligación de preparar para la vida.
El consumismo y la
relajación de las costumbres, lubrican el deslizamiento del ser humano hacia una
vida más cómoda, pero no más plena. Aquí también conviene aclarar que no son lo
mismo, y entender esto nos puede ayudar a ser personas de criterio.