Derecho a ser feliz
En un artículo firmado por Martha Morales aparecen unas ideas que cada vez las
escuchamos con más frecuencia. Por ejemplo: "Los jóvenes también tienen derecho
al placer sexual”.
Pero lo que se les oculta a los adolescentes es que
las relaciones sexuales suelen crear vínculos que muchas veces pueden producir
heridas y desilusiones frustrantes, aunque se eviten los embarazos y los
contagios de las ETS.
El derecho al placer no existe, porque el Derecho
sólo custodia un orden de conductas externas. El Derecho no puede regular
experiencias o apetitos internos como tampoco puede obligar a que esos actos
sean realmente gozosos. No se puede demandar, ni indemnizar en caso de que falte
el placer.
Por otra parte confundir el placer con la felicidad es como
confundir el mar con la sal. Puede haber alguna relación, pero son dos cosas
distintas.
Los términos "derechos sexuales", "orientación sexual",
“métodos anticonceptivos”, como muchos otros, son tan usados como frágiles desde
el punto de vista racional, pero han ido ganando carta de nacionalidad en la
cultura actual produciendo un deterioro irreversible en la adecuada valoración
de la dignidad humana.
Por su parte, Juan José Pérez Soba afirma:
Posiblemente nunca la sexualidad ha estado tan presente en nuestra sociedad, no
sólo en las conversaciones, sino en cualquier anuncio, en todo espectáculo, en
toda realidad cotidiana. Freud al diagnosticar como neurótica la sociedad
puritana de principios del siglo XX, promovió un aumento de la libertad sexual
con la intención de mejorar la salud psíquica de tal sociedad. A pesar de ello,
en la actualidad la obsesión sexual está lejos de disminuir, alcanzando,
incluso, nuevas cotas de "adicción al sexo", lo cual es considerado como
patológico en los círculos psiquiátricos de muchos países.
No es un
fenómeno casual. Detrás de él existen grandes intereses y un apoyo más o menos
tácito de toda una sociedad que parece inerme o que contempla con una cierta
satisfacción tal situación. A este difuso fenómeno se le puede llamar
“pansexualismo”. Su estallido se remonta a la "revolución sexual" de los años
60s del siglo pasado. Y que se caracteriza por medio de tres principios básicos:
1º) La reducción de la sexualidad a genitalidad, es decir, el calificativo
sexual se va a aplicar sólo a lo que conlleve la excitación sexual, perdiéndose
el sentido integral de las nobles relaciones entre el hombre y la mujer.
2º) El tratamiento de tal sexualidad como objeto de consumo. Por tanto, los
criterios para su realización serán los mismos que rigen cualquier consumo:
cuanto más, más rápido y más intenso sea el placer, mejor sexo.
3º) Que
reclama la presencia de la genitalidad y su consumo como normal en cuanto hecho
e incluso como una buena tendencia social. Aquí el término "bueno" significa
entonces lo mismo que un "bien de consumo". Esto produce esa omnipresencia de la
sexualidad, hasta poder hablar de una auténtica obsesión sexual. La sexualidad
entendida como excitación genital se convierte en un fin necesario.
No
cabe duda, si lo que se busca es vaciar y desubicar a la sociedad este es el
camino más eficaz.