¿Dónde estás corazón?
¿Dónde quedaron aquellos: "Mi reina", "cielo", "cariño", "gordita",
"cuchi-cuchi", "hija", "flaco", "mi amor", "viejo", "mi prieta", "mi Rambo",
"chaparra", "mi Supermán", "mi estrellita marinera", "mi David de Miguel Ángel"
y tantísimas otras formas de trato entre los esposos que condimentaban sus
relaciones?
Hasta hace algunos años tener un divorciado en la familia era un
motivo de vergüenza, pero esos tiempos ya pasaron, hoy en día estamos a la
altura del primer mundo en esa "muestra de civilización". Las causas de estos
tremendos fracasos son multifactoriales (Esto de “multifactoriales” suena
elegante. ¿Verdad?) Por una parte está el descuido de los detalles de cariño,
aunado al destructor orgullo que va de la mano del egoísmo y que suelen
mezclarse con el llamado “síndrome de corazón de condominio".
Pero ahora
quisiera detenerme en el descuido de los padres de familia al no enseñar la
importancia del dominio del corazón. Es cierto que al corazón no le corresponde
pensar, pero sí debería hacerle caso a la inteligencia.
Por otro lado,
algunos pretenden tener una gran fuerza de voluntad ¡sin que ello les suponga
esfuerzo! Como sabiamente dice Salvador Canals en su libro “Ascética meditada”:
"La ciencia de la guarda del corazón se compone de orden y de lucha, de defensa
y de ataque, de conocimiento y de decisión, de renuncia y de sufrimiento; pero
todo se ordena hacia la felicidad y hacia su posesión".
Mientras los
papás no tengan la fortaleza para dejar de comprarles a sus hijos todo lo que a
ellos se les antoje, no habrán comenzado a educar sus corazones, y digo
fortaleza porque muchas veces lo que mueve a cumplirles sus caprichos, es el
miedo a quedar mal ante parientes; abuelos, tíos, primitos, o los papás de los
otros niños.
En definitiva, se trata de que los hijos -y nosotros-
entendamos que todos los días deberíamos privarnos voluntariamente de algo que
nos guste. No perdamos de vista que cuando son chicos, se les puede antojar la
bicicleta de su vecino, pero al crecer se les puede antojar la esposa.
Y
cuando los hijos pregunten: ¿Por qué no me quieres comprar tal cosa?, se me
ocurre que una respuesta válida sería: Más que decirte el por qué, te diré para
qué: quiero ayudarte a educar tu voluntad, y de paso... educo la mía. Es bueno
recordar que, las batallas más importantes del hombre se ganan o se pierden en
el corazón.
En definitiva, la felicidad tan buscada por todos, está en el
cómo ser y no en el tener. Sin embargo, esto exige cambiarle la “forma mentis” y
la jerarquía de valores a muchos, es decir, la de quienes buscan la felicidad en
lo que se puede comprar con dinero.
Estos temas no podemos esperar que
los aprendan los hijos en la escuela, ni en la universidad. Son asuntos que se
maman desde recién nacidos y se han de fortalecer en los primeros años de vida
como cimientos que puedan soportar los temblores y terremotos que tarde o
temprano nos sacudirán.