Los sacerdotes: hombres extraños
¿Coca o Pexi? ¿Futbol o baseball? ¿En avión o en autobús? ¿Con azúcar o sin
azúcar? ¿HP, Apple o DELL? En nuestros días hay tanto para escoger que parece
que todo -ABSOLUTAMENTE TODO- es optativo, relativo y desechable… en definitiva,
opinable. Nada es absoluto. Lo que caracteriza a nuestra maravillosa época es
que TODO SE VALE. ¿Todo se vale?... ¿Todo será lícito? Lo invito a pensar:
¿Realmente usted piensa que TODO se vale?
¿Y qué tiene que ver lo
anterior con el título de este artículo? ¿Qué tienen que ver los sacerdotes a
nivel de cancha? Para muchos, el sacerdote es un funcionario del Vaticano que se
aprovecha de los pocos ingenuos que todavía van a Misa y se confiesan, para
imponerles su ideología y enriquecerse con sus limosnas. Es decir, los
sacerdotes son unos extraños que pretenden convertirse en los árbitros del
partido diciendo que no todo se vale.
En un documento emanado de la
Congregación para el Clero, se afirma que el fenómeno de la secularización es
uno de los efectos más relevantes del alejamiento de la práctica religiosa, con
un rechazo tanto del depósito de la fe católica, como de la autoridad y del
papel de los ministros sagrados.
Indudablemente que la falta de
autenticidad y los graves daños que algunos malos sacerdotes cometen -y que son
amplificados por los medios de comunicación- han derivado en una comprensible
reducción de vocaciones.
Aquí vale un planteamiento básico: En
definitiva: ¿Qué es un sacerdote? ¿Qué es lo que lo distingue de los ministros
de otras religiones? Soy consciente de que esta idea parecerá presuntuosa a
algunos, pero me atengo a la doctrina católica más pura. Por deseo divino, e
independientemente de sus capacidades y sus talentos, sus límites y sus
miserias, sigue y seguirá siendo ministro de la redención, puesto que su ser es
fuente de vida nueva, convertido por la fuerza del sacramento del Orden
Sacerdotal en otro Cristo. Único ser que puede, entre otras cosas, convertir pan
y vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Estas ideas pueden dar
confianza a cuantos, en un mundo ampliamente secularizado y sordo respecto de la
fe, podrían caer fácilmente en el desaliento, y a partir de ahí, en la
mediocridad pastoral, en la tibieza y, por último, en poner en tela de juicio la
misión que en un principio habían acogido con sincero entusiasmo.
El
documento citado quiere ayudar a purificar ideas equívocas sobre la identidad y
la función del ministro de Dios en la Iglesia y en el mundo, ayudándolos a
sentirse orgullosamente miembros especiales de ese maravilloso plan de amor de
Dios que es la salvación del género humano.
El ministerio sacerdotal es
una empresa fascinante pero ardua, siempre expuesta a la incomprensión y a la
marginación, y, sobre todo a la fatiga, la desconfianza, el aislamiento y a
veces a la soledad. Esta visión debería obligar a los presbíteros a privilegiar
su trato individual con Dios a través de la oración y la recepción personal de
los sacramentos.