Ahorita..., ahoritita..., ¡ya voooooy!
Este tipo de expresiones en casas donde hay niños y adolescentes no nos resultan
extrañas. Sin embargo, todos los días oímos a nuestros padres -ahora abuelos-
decir: “Qué esperanzas que en mis tiempos algún hijo se atreviera a responder
así a sus padres, quienes nos dominaban con la simple mirada, pues entonces sí
que existía el respeto a los mayores”.
Es cierto que la mirada del papá
estaba respaldada por una gran reverencia, pero a su vez tal actitud solía estar
sostenida por el miedo al cinto que sostenía los pantalones de quien realmente
mandaba en la casa.
Pero los tiempos han cambiado, ahora las mamás han
perdido su autoridad a base de gritar. Es decir, los hijos se han acostumbrado
al tono de voz de sus madres, de tal manera que en él no se puede distinguir
cuándo una indisciplina es grave o leve.
Quienes reconocen la falta de
dominio en su carácter, suelen concluir que se desesperan por que sus hijos son
tremendos, y que por eso ya no quieren tener más. Me gustaría saber, y nada más
por simple curiosidad, qué tanta culpa tienen, en algunos de esos casos, los
anticonceptivos que toman algunas, y que supuestamente no deberían tener efectos
secundarios. Con lo cual el remedio para conseguir la paz familiar, sería la
causa de su inexistencia.
Mientras estudiaba yo en la universidad, un amigo,
que en aquel entonces se distinguía porque era muy presumido, un día pasó una
gran vergüenza en un autobús cuando éste frenó y él cayó al piso a pesar de que
se había sujetado de uno de los tubos que sirven de soporte a los pasajeros, o
mejor dicho, qué él pensó que era uno de esos tubos, pues cuando estaba tirado,
otro pasajero, de profesión plomero, le dijo: Perdone joven, ¿no me da mi tubo?
No perdamos de vista que la cabeza de la familia es el padre, pero el eje
alrededor del cual gira toda la vida familiar es la madre, y es importantísimo
que ese eje esté firme, pues cuando al marido o a los hijos se les mueva el
suelo y necesiten sujetarse para no caer, la esposa y madre, deberá permanecer
firme, no gritando, ni regañando, ni desesperada. La fortaleza que las madres
necesitan podrán buscarla en sus pastillas para los nervios; en sus famosas
terapias con el psicoanalista; o en Dios, con la ventaja de que Éste no produce
efectos secundarios, ni cobra la consulta.
Una mujer serena y centrada
consigue más con cariño que con amenazas; se desgasta menos, y refuerza su
autoridad, de tal forma que, más fácilmente consigue la confianza de su marido e
hijos, estando en condiciones de aconsejarlos cuando éstos necesiten tomar sus
decisiones importantes. Pero para ello ha de disponer del tiempo necesario y
escuchar a todos los miembros de su familia, por separado, y sin sensación de
prisa. ¿Tiempo? Sí, ese tiempo que quizás habrá que quitárselo a otros asuntos.
Vale la pena intentarlo.