Que se quede el infinito sin estrellas. . .
…y que pierda el ancho mar su inmensidad, pero el negro de tus ojos que no
muera, y el canela de tu piel se quede igual. Si perdiera el arco iris su
belleza, y las flores su perfume y su color, no sería tan inmensa mi tristeza,
como aquella de quedarme sin tu amor. Me importas tú, y tú, y tú, y solamente
tú, y tú, y tú. . .” ¡Yeeepa!, ¡Me encanta esta canción! Pero en la práctica,
¡Cuánta falta nos hace descubrir el maravilloso y rico mundo del famoso tú!
El hombre es ser humano no sólo en cuanto a su realidad individual, sino también
en cuanto a su proyección hacia los demás. Algunos autores, al abordar este
tema, pasan por alto que, en las relaciones personales debemos entender la
dignidad del “tú” como un “otro yo”.
Desafortunadamente en mucha literatura
de superación personal solemos encontrar, como último fin, la búsqueda del éxito
limitándolo a la auto-realización.
Detengámonos en un ejemplo concreto. Cada
vez es más frecuente encontrar casos de solteras que están alejándose de su
juventud y que, a pesar de estar en condiciones de formar un hogar
-comprometiéndose en las exigencias del matrimonio- se centran en la idea de
tener un hijo. Así de simple. De esta manera pretenden llenar las ansias de
maternidad que, por principio, tiene toda mujer.
¿Qué es lo que encontramos
en estos casos? Un amor predominantemente egoísta, el cual huye de las
responsabilidades con un ser igual a ellas (esposo), y que por lo tanto tenga la
capacidad de reclamar el cumplimiento de los compromisos matrimoniales. Por el
contrario, estas mujeres sólo desean satisfacer su hambre de amor, esperando
gozar con las manifestaciones de ternura de su “hijo juguete”, sin importarles
el privarlo de la figura paterna y, en su caso, también de hermanos.
Está
claro que toda persona necesita amar y ser amada. Esta es una exigencia
psicológica básica. Los estudiosos de la psique afirman que la mayoría de las
patologías mentales se deben, o a la falta de cariño, o a afectos mal
orientados; que terminan dando como resultado amores celosos, exclusivistas y
sobreprotectores. Estos últimos suelen crear una intensa dependencia hacia el
ser amante (por lo general las madres), con muchas consecuencias negativas en el
desarrollo armónico de la personalidad.
Así como algunos afirman que solemos
usar una pequeña porción de nuestra capacidad intelectual, me atrevería a
afirmar que los hombres usamos solamente una pequeña parte de nuestra capacidad
de amar. Y en contraposición a ello podemos descubrir otras personas con un
corazón en el que caben todos los menesterosos, enfermos y pobres del mundo.
Dice una canción de Joaquín Sabina: “Mi manera de comprometerme fue darme a la
fuga”, y esta actitud es muy frecuente en nuestro tiempo, olvidando que el
verdadero amor impone unas responsabilidades con las que podemos conseguir cosas
maravillosas, si superamos el miedo que nos exigen nuestros compromisos.