Y prometo amarte…
Todos los días nos vemos en la necesidad de pedir ayuda en asuntos de poca o
mucha importancia, pero no siempre encontramos una respuesta favorable. Lo más
común es escuchar respuestas negativas o dilatorias, en definitiva, no
comprometedoras, y donde suelen aparecer varias explicaciones. Yo tengo la idea
de que mientras más elaborados son esos razonamientos, menos ganas tienen de
ayudarnos.
En los temas de análisis suele pasar algo semejante. Demasiados
datos pueden servir como pantallas para no aceptar un argumento de razón. Por
eso es válido afirmar en muchas ocasiones que “ante esos argumentos no hay
argumentos”. Es decir, no hay argumento que valga mientras no se quiera aceptar
la verdad.
En la misma línea podemos pasar a otro tema: El amor. Está claro
que no se puede obligar a nadie a amar. Incluso aunque se haya hecho un
compromiso formal y público como el de: “y prometo serte fiel y amarte y
respetarte todos los días de mi vida”. No cabe duda que esta promesa es una de
las más difíciles de cumplir. No hay nada más fácil que enamorarse, y nada tan
difícil como permanecer enamorados.
Tremenda realidad la de aquellos que un
mal día llegan con sus cónyuges para darles la noticia de que ya no los aman,
como si el amor fuera una flecha que Cupido pasó a recoger porque se le acabaron
las que tenía y necesita repuestos para formar nuevas parejas.
Claro está que
no faltarán argumentos para justificar que ese amor haya muerto. Por ejemplo,
los defectos de la pareja que dan por resultado la falta de compenetración entre
los esposos. Resulta triste comprobar que estos problemas se presentan aún
después de haber pasado muchos años como novios, y otros tantos, o más, como
esposos.
Normalmente a todo matrimonio suele llegarle el momento del
desencanto. Cuando a los esposos se les cae el velo de los ojos y descubren los
defectos reales de su pareja. Ese día en que pueden ver lo que los demás les
habían dicho sin poderlos convencer. Es decir, cuando descubren a su cónyuge
real.
Es de suma importancia que cuando llegue ese momento estén
suficientemente preparados -con un grado de madurez tal- que les permita no
desesperanzarse, sino por el contrario, puedan aceptar con serenidad esas
limitaciones sabiendo que en algunos casos no desaparecerán nunca.
Con
frecuencia dicho desencanto puede interpretarse como una actitud de mala
voluntad, pero dicho juicio es injusto, pues normalmente esos defectos no se
ocultaron tramposamente.
Por otra parte, y esto es lo más importante de todo,
hemos de fijarnos en que la promesa dice: “Y prometo serte fiel y amarte… todos
los días de mi vida”. No dice “y prometo sentir amor”. Esta diferencia es
abismal, pues muchos han roto un compromiso ¡indisoluble! al dejar de sentirse
enamorados. ¡Gravísimo error! (Nota: Se me acabó el espacio de este artículo,
pero no el tema…)