La cultura de la tristeza
Tanto avance técnico no corresponde a esa felicidad que cada día se ve más
lejana del hombre contemporáneo. Ya vamos en el iPhone 6 y no parece que cuando
tengamos la versión 18 alcanzaremos la tan anhelada dicha.
Cuando el hombre
busca satisfacer sus ansias de felicidad poseyendo cosas o disfrutando de
placeres o viajes, no tarda en darse cuenta de que aquello que le hacía
cosquillas lo dejó tan frío como antes.
Uno de los principales motivos de
tristeza que encontramos flotando en nuestra cultura, no es producto de las
estructuras sociales o de los planes de gobierno, sino de carácter muy personal:
El orgullo; pues todo lo que lo daña nos entristece sobremanera.
La vanidad,
la comodidad y la gula son los mejores clientes del mercado.
De hecho, la
sociedad postmoderna en la que vivimos ha cometido un fraude gigantesco:
Habíamos ilusionado a los países del Bloque Comunista con nuestro modelo de
felicidad. Pero, cuando por fin cayó el Muro de Berlín -símbolo de la opresión
marxista- la alegría desbordante de aquella histórica noche se fue enfriando
como la sopa en una tarde de invierno, y aquellos cientos de millones de
personas a los que se les abrió el cielo, fueron quedando tan tristes como
antes, pues a su juguete se le acabaron las pilas: Siguen siendo esclavos, sólo
cambiaron de dueño.
Nuestro sistema laboral, en la práctica, se vive a base
de semanas de cinco días en los que no nos queda más remedio que trabajar
esperando que lleguen el sábado y el domingo para hacer planes de fuga con
ruido, música, baile, alcohol y caretas donde está retratada una sonrisa que
cubre la amargura de un profundo miedo, producto de reconocer nuestra
fragilidad.
Tenemos muchos años buscando remedios para superar nuestra
infelicidad, pero la falta de Dios no se resuelve con Prozac.
Hoy sobran
quienes comercian vendiendo falsos optimismos envueltos en filosofías
orientales, yoga, meditación trascendente y un sinnúmero de religiones marca
patito: “Pasen y vean… la solución a sus problemas de amor…, sus tensiones
emocionales…, Aquí les venimos ofreciendo los métodos para hacerse ricos…”. ¿Les
suena esto conocido?
El cardenal Péter Erdő afirma: “De hecho, en este
momento de dificultad económica, el hombre puede fácilmente dejarse contagiar
por la mayor epidemia de nuestro tiempo: la desesperación. La falta de esperanza
es el mal que nos caracteriza”.
El único remedio verdadero está en la
posibilidad de conocer a un Dios que es Padre y nos ama tanto, que nos envió a
su Hijo para que podamos ser felices por siempre. He aquí uno de los grandes
secretos de la felicidad que nos propone el cristianismo: la humildad como
virtud para valorarnos con objetividad, pues el hecho de aceptarnos como somos
nos da una gran paz, y la paz es el punto de partida de la auténtica felicidad.
Feliz Navidad es mucho más que una frase bonita… es, en definitiva, lo que le da
el verdadero sentido a nuestras vidas.