La otra cara del matrimonio

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Está de moda que en todo el mundo se faciliten los trámites del divorcio. Esta tendencia pretende “proteger” a los cónyuges y a sus hijos de malos tratos e, incluso, de diversos tipos de violencia. ¡Cómo andarán las cosas, que hay que proteger con la fuerza de la autoridad civil a quienes por el amor que se tenían, había juraron amarse hasta el final de sus vidas!
Todos los desórdenes sociales que estamos padeciendo: Violencia dentro y fuera del hogar, delincuencia, secuestros, injusticias, alcoholismo, drogadicción, infidelidad matrimonial, desórdenes sexuales, pobreza, ignorancia, etc. -que suelen llevar a tantos a la insatisfacción personal, depresiones y hasta suicidios- suelen tener, de alguna manera, relación con deficiencias en el ambiente familiar.
Ahora bien, quienes tenemos la ventaja de reconocer y aceptar una realidad sobrenatural, es decir, quienes tenemos fe en Dios, podemos descubrir que dichas deficiencias tienen relación también con el olvido de Dios. Y cuando sacamos a Dios de nuestras vidas, nos vamos llenando de vacío.
En un escrito San Josemaría Escrivá dice: “El matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo, y, a la vez e inseparablemente, contrato que un hombre y una mujer hacen para siempre, porque -queramos o no- el matrimonio instituido por Jesucristo es indisoluble: signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra.
“Los casados están llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social, todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben sobrenaturalizar”.
Está claro que en muchos hogares cuenta más la opinión de los médicos que la de Aquél que nos dio la vida. Ese Ser Supremo nos quiere llevar a una felicidad sin límites. Pero es indispensable que sepamos tratarlo. No se trata de esperar que Él nos resuelva nuestros problemas, nos dé el dinero que necesitamos, haga la comida y eduque a los hijos, pero sí que sepamos reservarle unos minutos de nuestro día para tratarlo como los padres quieren ser tratados por sus hijos. Para acrecentar nuestra vida interior.
La vida sería miserable, e incluso despreciable, si todo acabara con nuestra muerte. Y para pagar los abonos de nuestra futura casa lo único que tenemos es nuestra realidad. Aprendamos, pues, a darle ese sentido sobrenatural. Tal parece que el Cielo está en oferta.