Un poco de historia de la Iglesia
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Mucha tinta se ha gastado para describir y juzgar épocas
pasadas de la Iglesia, en las que suele decirse que “los Papas se hicieron
malos”. Sin dejar de reconocer errores evidentes en muchos casos, personalmente
y después de estudiar aquellas tristes páginas de la historia, me atrevería a
afirmar algo que me parece más apegado a la justicia: que los malos se hicieron
Papas. Sabemos que en algunos siglos la mitra del Obispo de Roma estuvo en las
cabezas de quienes, con frecuencia, no eran dignos de dicha misión por tener
entre otras cosas, grandes afanes de poder mundano. Eran pues, dueños de fueros
espirituales y políticos.
El reconocer esta realidad, lejos de decepcionar la
fe ha de venir en su ayuda, pues si la Iglesia fuera un invento humano, hace
mucho tiempo que habría cambiado sus postulados básicos; asunto que nunca ha
sucedido, aunque por ley de vida, experimente cambios de menor importancia como
de tipo litúrgico o administrativo, por mencionar algunos.
Por diversas
causas, no eran pocos los señores feudales y príncipes quienes, con
remordimientos de conciencia, se enfrentaban a la autoridad eclesiástica, hasta
que Lutero les ofreció la “oportunidad de salvarse” manteniendo su fe en
Jesucristo, al tiempo que podían mantener su enfrentamiento contra la cabeza de
la Iglesia Católica Romana.
Esto explica el hecho de que las ideas de La
Reforma Protestante corrieran con tanta fuerza y velocidad en un mundo hasta
entonces unido por una misma fe, pero muy dividido por criterios humanos. Es
decir, aquel movimiento prendió en gran parte de Europa más por motivos
políticos que por rebeldía ante una fe aceptada, y vivida durante tres lustros.
Desde el punto de vista político, durante los últimos cinco siglos; y desde el
punto de vista filosófico, desde los últimos tres -sobre todo a partir de la
ideología de Descartes- ha pesado en muchos ambientes, y con especial fuerza, un
tono anticatólico. Esta actitud suele ser orquestada especialmente por grupos
autodenominados: científicos, intelectuales, y de criterio abierto. Los hay de
varias tendencias políticas, ideológicas, económicas... y bajo el más variopinto
repertorio de nombres. Dicha postura arrastra detrás de sí un rechazo a la Fe y
a la Moral -especialmente a la Moral- predicadas por la Iglesia.
Según mi
visión personal, la humanidad se encuentra como en una etapa de rebeldía
adolescente con profundos deseos de independencia. No estamos dispuestos a
aceptar la autoridad de un Dios como padre y una Iglesia como madre. Nos
consideramos lo suficientemente maduros como para no depender de nadie.
Somos
como esos muchachos dispuestos a enfrentar todas las situaciones peligrosas que
vengan a confirmar nuestra madura inmadurez; dejándonos arrastrar -y a veces
agobiar- por el descontrol de una profunda indecisión, al buscar la identidad
del hombre que no queda satisfecha por ningún modelo de los muchos que hemos
inventado. Dado que nos resistimos a sabernos criaturas esto es: seres creados
y, por lo mismo, dependientes de un creador. O cuando mucho, llegamos a
aceptarnos como criaturas producidas por la Madre Naturaleza, que es sumamente
impersonal, lo cual resulta más cómodo, pues ella no nos llama la atención (por
lo menos de forma individual, sino más bien colectiva, con lo cual siempre
podemos hacernos los desentendidos).
Un ejemplo de nuestros recursos, podemos
descubrirlo en el desprecio que muchos sienten hacia lo que quedó atrás en la
historia, como si el simple hecho de que lo de antes no esté sucediendo en
nuestros tiempo le restara todo posible valor. En este estado de cosas, la idea
de “pecado”, por ejemplo, es ya anticuada y por lo mismo, inaceptable, y como a
todo lo que ha envejecido, se le puede aplicar la eutanasia. Las tablas que Dios
entregó a Moisés solo tienen cabida en nuestros museos. . . no en nuestras
vidas.
Supongo que será muy doloroso llegar al límite de nuestra existencia y
descubrir que, la única vida que teníamos, no supimos aprovecharla, por no saber
quiénes somos, y -si se pudiera hablar así-: “para qué diablos nos dio Dios la
viva”, y por lo tanto, sin aceptar la ayudar de quienes Él quiso dejarnos como
guías.