Vivir con miedo
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Solemos definir al hombre como un ser racional, pero esta
visión, aunque correcta, es limitada, el ser humano tiene también una voluntad
libre que le permite amar. Soy de la idea de que el objetivo del hombre no es el
raciocinio, sino el amor. Aunque una cosa nos debe llevar a la otra, es decir,
amar razonando. Pero iría más allá. Pienso que otra forma también válida para
definir al hombre es: Un ser que tiene la capacidad de comprometerse. Aquí están
presentes las capacidades de razonar y amar.
El fracaso del laicismo está en
que, dentro de su resentido afán de expatriar a Dios, no ha podido proponer
alguna moral social valiosa y, por lo mismo, estamos viendo cómo muchos son
arrastrados en una ola de inadmisible delincuencia que tiene secuestrada la
tranquilidad de millones de personas.
Ese laicismo de los programas
educativos oficiales -que absurdamente nos han propuesto como liberador de la
sociedad- nos ha dejado en el vacío del materialismo ateo, sin armas ante los
miedos del dolor, la enfermedad, la vejez, la soledad, la violencia, la pobreza
y la muerte.
¿Cómo podemos extrañarnos, pues, de que aumenten vicios como la
drogadicción, el alcoholismo, la ludopatía, la pornografía y la mentira, si
todos ellos son puertas de escape ante estilos de vida que no llenan las
aspiraciones del ser humano? Los viciosos huyen de su realidad porque se saben
incapaces de enfrentarla, tienen miedo de encontrarse a sí mismos con todas sus
limitaciones… y se saben en un mundo cada día más agresivo.
En otro ámbito de
cosas, para los padres de familia cabe un peligro muy sutil: Dedicar la mayor
parte de las horas del día a trabajar para los suyos pensando que -con sentido
de responsabilidad- ya están haciendo lo debido. Sin embargo, la esposa y los
hijos reclaman tiempos y atenciones que no entran en los esquemas de algunos
señores, todo lo cual se convierte en motivos de reclamos y disgustos.
Hombres y mujeres vivimos con tanta prisa que, para no tropezar, sólo miramos al
suelo y perdemos la capacidad de levantar la mirada al horizonte. No miramos
hacia arriba y nos olvidamos del cielo. Las cosas de la tierra llenan todos
nuestros afanes y, como consecuencia, vamos en camino de declararnos en quiebra
vital.
De la manera en que entendamos cuánto valen las personas, dependerá
nuestra actitud ante ellas. Por principio, todos aceptamos que el ser humano
tiene una dignidad muy superior al resto de las criaturas del universo, pero en
la práctica, dejamos que nuestro egoísmo y nuestro orgullo opaquen este
criterio. En el día con día existe el peligro de dedicar nuestra atención a todo
aquello que gira en torno a nuestro egoísmo.
Las soluciones, ante esta
compleja realidad, sólo podrán surgir de un ambiente familiar armónico donde se
enseñe a amar y a servir. Pero a los legisladores parece que les preocupa más
facilitar los divorcios, que promover leyes que protejan a las familias