Ya me llenaste el buche

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

No cabe duda que los hombres somos muy distintos a Dios… y qué bueno que así sea, pues si Dios se portara como los humanos, pobres de nosotros.
Bastaría asomarnos a las ventanas de muchas casas para poder escuchar este tipo de reclamos: Mira mi reina, no trates de involucrarme en tus ansiedades ni en tus prisas. No estoy de humor para enojarme. ¿OK? Si quieres, enójate tú sola. Ya me estás llenando el buche de piedritas, o sea, que mejor tú por tu lado y yo por el mío, y nos vemos mañana cuando estés serena… y si no, cuando lo estés.
O quizás este otro: Mira mi chulis. ¿Qué te crees que porque eres egresado de una maestría ya te voy a soportar todas tus impertinencias? ¡No mi rey! ¡Estás muy equivocado!
No cabe duda que cuando le hacemos caso a nuestro cochino orgullo podemos hacerles la vida imposible a los demás, y lo peor de todo esto es que normalmente es a nuestros “seres queridos”. Como dice un amigo: “cuando nos subimos en el ladrillo de nuestra soberbia…” Esta expresión me resulta muy acertada, pues muchas veces tratamos de ponernos por encima de los demás y apenas nos levantamos unos pocos centímetros. Solemos auto-nombramos fiscales de la humanidad sin reparar en nuestras propias faltas y atendemos a nuestra soberbia antes que al perdón.
Y todo esto dentro de una visión negativa como si esta vida fuera un valle de miserias. Este enfoque pesimista es poco objetivo. Y en parte se debe a que vivimos tan aprisa que, para no tropezar solemos mirar sólo un metro y medio por delante de nosotros. Así no podemos levantar la cara para mirar al cielo, y tristemente nos quedamos sin descubrir toda la belleza que nos rodea.
Siempre buscamos justificarnos y se nos olvida que sólo Dios nos puede “justificar”, con esa justificación que nos hace justos… “limpios” a sus ojos. En definitiva: No hay nada que supere el encuentro de Dios con el pecador arrepentido. Pero esto requiere la aceptación sincera y personalísima de nuestras miserias.
En algún lugar leí que el hombre nunca está tan alto como cuando se pone de rodillas ante Dios.
Por otra parte, cuánto bien puede hacer una actitud llena de comprensión y aliento por parte de un confesor que, sabiéndose poca cosa, acoge con misericordia a quien tiene la valentía de declararle sus pecados, pues en definitiva es el mismo Dios quien -sirviéndose de su ministro- nos perdona.
Entre otras cosas, Dios es paciente porque es padre. Claro que Dios se puede enojar. Las Sagradas Escrituras nos presentan varios ejemplos de la ira divina. El enojo, no lo olvidemos, puede ser consecuencia de la justicia, pero es más misericordioso, y es de aquí de donde nos conviene engancharnos.
Ya falta menos para la Semana Santa y podemos preguntarnos cómo estamos aprovechando este espacio para reparar nuestras vidas y pagar nuestras deudas. Ahora que todavía estamos a tiempo.