Hijos altaneros
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Cada día aumenta el número de padres y madres de familia
que se quejan amargamente del trato que reciben de sus hijos. Los adolescentes,
y los niños, cada vez se atreven a más ante los consejos y advertencias de sus
padres. Claro; todos sabemos que, en definitiva, es culpa de los progenitores.
No han sabido decir basta a sus vástagos.
¿Qué puedo hacer con mi hijo que se
atreve a retarme? Es la pregunta frecuente de quienes fueron perdiendo autoridad
moral a base de darles todo lo que pedían con tal de que dejaran de llorar ante
las visitas y en lugares públicos.
Sin duda lo más cómodo es ceder, dar,
comprarles, consentirlos…, lo más fácil a la corta, pues a la larga no es más
que el banderazo de salida a una larga carrera de fracasos y frustraciones, de
enojos, gritos, malas palabras y llantos. Los errores de quienes deberían educar
son infinitos.
La solución ante estos cuestionamientos es muy sencilla:
Educar a los padres y a los abuelos retrasando el tiempo cincuenta años. Con eso
resolveríamos todo.
Bueno… no. Haría falta, también, formar éticamente a los
dueños y productores de las televisoras; a los empresarios y realizadores de
publicidad; a los maestros de kínder, primaria y secundaria; a los comediantes y
actores de cine y televisión; a los comentaristas radiofónicos; a los dueños de
las revistas y periódicos amarillistas; a los funcionarios públicos y a todos
aquellos que colaboran en la formación de los jóvenes, incluyéndonos a los
sacerdotes y demás ministros de las diversas religiones. Quizás me estén
faltando los realizadores de cuentos infantiles y caricaturas cuando la
violencia es un ingrediente más, sin consecuencias. ¡Vaya panorama ¿No?!
¿Será que estoy en un plan muy pesimista? ¿O será que soy un anciano que piensa
que antes: ¡Ni esperanza que nos atreviéramos a hablarles así a nuestros
padres!, pues ellos con la pura mirada nos ponían en nuestro sitio?
En
tiempos pasados, cuando la regla era: “La letra con sangre entra”, había
disciplina, respeto y orden, aunque también rencores y amargura por parte de los
hijos maltratados por sus propios padres.
Resulta evidente que hemos caído
en la ley del péndulo: Nos hemos ido de un extremo a otro: Del control absoluto
y dictatorial, a la indisciplina plena.
El ambiente pesa mucho, pues aun en
los casos de familias bien formadas, donde hay cierta armonía entre los esposos
y orden en el quehacer diario, aparecen esas sorpresas desagradables que tanto
hacen sufrir: vicios mayores, relaciones amorosas desordenadas, alejamiento y
abandono familiar e, incluso, guerras fratricidas.
Cuando un barco se está
hundiendo, el recurso primario consiste en cerrar las escotillas para que no se
inunde lo demás. En definitiva: Hay que salvar lo salvable para, a partir de
ahí, trabajar en achicar el agua donde sea posible.
Hace años una buena
señora, de esas que sí supieron educar a sus hijos, me comentó que alguien le
había dado este consejo: “Independientemente de la edad, nunca permitas que un
hijo te falte al respeto”, y ella lo puso en práctica. ¡Le dio muy buen
resultado!