¿Vendremos del chango?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Hace tiempo me llegó esta historia, que quizás no sea
cierta, pero pienso que nos puede aclarar muchas cosas, de esas que a veces no
acabamos de entender. Y dice así:
Un grupo de científicos colocó cinco monos
en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de
plátanos. Cuando un mono subía la escalera para agarrar los plátanos, los
científicos lanzaban un chorro de agua helada sobre los que quedaban abajo.
Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo
golpeaban.
Pasado algún tiempo ningún mono subía la escalera, a pesar de la
tentación de los plátanos. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los
cinco monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente
bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo
integrante del grupo ya no subió más la escalera a pesar de que ya no los
mojaban con agua fría.
Después los científicos fueron sustituyendo, uno a
uno, al resto de los monos. El primer reemplazado participó con entusiasmo de la
paliza al novato, y así hasta que ya no había ninguno de los primeros monos que
habían recibido los baños de agua fría y, sin embargo, seguía ocurriendo lo
mismo: continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los plátanos.
Si
fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase
subir la escalera, seguramente la respuesta sería: “No sé, las cosas siempre se
han hecho así en este lugar”. ¿Te suena conocido? Quizás valga la pena
preguntarnos ¿por qué muchas veces nos golpeamos unos a otros? y ¿por qué
estamos haciendo las cosas de una manera determinada, si quizás las podemos
hacer de otra?
Hasta aquí el texto del que desconozco su autoría. Ahora bien,
en todo lugar –familia, negocio, vecindad…– podemos encontrar formas de conducta
que son… ¿cómo lo diría?: “inadecuadas”, y, sin embargo, son admitidas por la
mayoría sin plantearse la moralidad o la conveniencia de aquello.
Hagamos la
prueba; Repartamos palos a un grupo de niños de 10 u 11 años, y seguramente
podremos contemplar cómo suelen usarlos como armas para molestarse unos a otros.
Mucha actividad, pero cero racionalidad. ¿Será instinto; desarrollo de la propia
personalidad; o imitación de lo que suelen ver en la televisión y en los juegos
electrónicos? Quizás un poco de todo. El problema se dimensiona de forma
alarmante cuando tal tipo de comportamiento se da en los adultos, y no sólo en
quienes llegan a la delincuencia, sino en las prácticas comerciales y laborales.
¿Cuántas mujeres son víctimas de la violencia del marido, y cuántas son
victimarias de sus hijos cada vez que los tratan a base de gritos? ¿Por qué nos
extrañamos de lo que sucede en la calle, si lo estamos fomentando en la casa? En
este tema, como en tantos otros, no se trata sólo de saberlo, sino de vivirlo.
Usemos la razón y vivamos coherentemente.