Necesitamos sangre

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Cuando el 27 de septiembre me asomé a una página de pronóstico del clima en Internet y vi las gráficas del huracán Katrina no imaginé que llegara a provocar los destrozos que ahora todos conocemos. El único consuelo que logro encontrar es que, a diferencia de los huracanes que han afectado a otros países, éste afectó a una de las naciones que cuentan con más recursos para su recuperación; claro está: en aquellos temas donde existe esa posibilidad, ya que la pérdida de vidas humanas y otras consecuencias psicológicas que se derivan de la lesión del patrimonio familiar son irreparables. 

Como todos sabemos, los huracanes son sistemas de baja presión atmosférica que se forman en los océanos donde se pueden conjugar con otros factores necesarios, como las temperaturas elevadas del agua, etc. Se trata de sistemas organizados con patrones definidos. Es necesario que estos fenómenos superen la categoría de depresiones tropicales y alcancen un mínimo de 110 kilómetros por hora para ser considerados propiamente como huracanes. Estos fenómenos no se limitan al Caribe, si no que también los podemos encontrar en otros lugares así, por ejemplo se les conoce como “Tai – Fung” en China (que significa viento fuerte); “Caquis” en Filipinas; “Willy-Willy” en Australia y “Tifón” en la Bahía de Bengala.

Sin embargo, estos no son los únicos peligros que nos ofrece la naturaleza, pues de vez en cuando sufrimos las secuelas de los terremotos, como el que dañó especialmente a la ciudad de México en 1985, entre otras. Hace poco el mundo se estremeció con las noticias e imágenes de un famoso maremoto, también conocido como: “tsunami”. Por si fuera poco los grandes disturbios de violencia armada en diversos lugares del planeta, como en territorio palestino, Colombia y los atentados terroristas como el del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York o los más recientes en Madrid y Londres, son claros ejemplos de la fragilidad que caracteriza todavía a la humanidad. 

Con motivo de la deficiente respuesta del gobierno federal de los Estados Unidos a los damnificados por Katrina, se ha desatado una serie de críticas en todos los órdenes dentro y fuera de ese país. Sin embargo, me parece que existen otros factores que no deberíamos pasar por alto en un caso tan complejo. Estas ideas las uno a otra noticia aparecida en días recientes en la prensa de nuestro país que hace referencia a la necesidad de contar con bancos de sangre con capacidad de satisfacer las necesidades de las grandes catástrofes e, incluso, de las necesidades ordinarias en todas partes. 

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), para que un país tenga un abasto de sangre adecuado se requiere que el 5% de su población done sangre. En México vivimos alrededor de 100 millones de personas por lo que se requieren 5 millones de donadores anualmente y sólo un millón 200 mil mexicanos lo hacen. “Hoy en México los bancos de sangre no logran abastecer las necesidades básicas y, en caso de una emergencia sanitaria, nuestro país no podría enfrentar el abasto de sangre”, aseguró recientemente la doctora Bárbara Nobel del IMSS. En 1987 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la prohibición de la donación remunerada, por lo cual todos los donantes han de ser altruistas. Este es un tema donde las autoridades civiles no podrán resolver dichas deficiencias si llegara el momento.

En nuestro territorio tenemos una inmensa extensión de zona sísmica y miles de kilómetros de costas; estamos expuestos a explosiones de enormes refinerías, como la de San Juanico, y el caos que podría crearse en muchas de nuestras grandes ciudades ante emergencias mayores hacen más que recomendable -apremiante- la aportación de tejido sanguíneo a los bancos de nuestros hospitales. Ojalá que cada día seamos más concientes de esta necesidad y no nos conformemos a donar algo de lo nuestro sólo cuando un familiar esté necesitado o que después de la desaparición de nuestros signos vitales nos hayan declarado muertos. La sangre hay que donarla en vida y con plena salud. Pregunte usted a su médico de confianza dónde y cómo puede hacerlo, y puede estar seguro que alguien la necesitará.