Qué padre es tener fe
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Indiscutiblemente el asunto de tener, o no, fe, es algo
absolutamente personal, pues en este negocio nadie nos puede obligar. Sin
embargo, esto no significa que sea asunto puramente individual, ya que la fe la
da Dios y somos cada uno de nosotros quienes la aceptamos o la rechazamos. De
forma que es Él quien da, porque le da la gana y yo quien recibe libremente.
Dostoiewski hizo exclamar a uno de sus famosos personajes: “Si Dios no existe,
todo está permitido”.
Sartre reconoció que todo está permitido si Dios no
existe, y por consiguiente el hombre se descubre abandonado porque no encuentra
en él ni fuera de él, dónde aferrarse. ¿No se percibe un enorme abismo entre el
supuesto mundo encerrado en sí mismo, sin trascendencia, sin autor, rodando con
suerte incierta, y el mundo creado y cuidado sabia y amorosamente por la
inteligencia divina? Es claro que si Dios no existe y, por hipótesis absurda,
existiéramos nosotros, no habría nada absoluto: ni cosas absolutas, ni
principios absolutos, ni valores absolutos, ni derechos absolutos; todo sería
relativo, y el bien y el mal no serían más que palabras huecas. ¿No plantea esto
ningún problema al ser humano inteligente?
En otro momento Sartre escribió:
“Puesto que yo he eliminado a Dios Padre tiene que haber alguien que fije los
valores. Pero si fuéramos nosotros quienes los fijamos, esto quiere decir que la
vida no tiene sentido objetivo”. En rigor, para el ateísmo “no tiene sentido que
hayamos nacido, ni tiene sentido que hayamos de morir. Que uno se embriague, se
drogue o que llegue a tiranizar pueblos, viene a ser lo mismo; el hombre es una
pasión inútil”; y el niño “un ser vomitado al mundo”, “la libertad es una
condena” y “el infierno son los otros”. Estas son conclusiones necesarias del
ateísmo de existencialista.
En cambio, para una buena parte de la humanidad
es aceptada la fe en un solo Dios creador del Cielo y de la Tierra. Pero aquí no
acaba este asunto, pues resulta que ese Dios es padre y no sólo padre, sino “mi
padre” y “yo... su hijo”. Aquí es donde tiene origen un lazo de filiación que
hace mi trato con Él completamente distinto, pues no es lo mismo existir como un
ser simplemente “creado” a ser hijo del Creador. En otras palabras, es muy
distinto ser la silla en la que se sienta el dueño de la casa a ser su hijo.
Tanto la paternidad como la filiación son relaciones que comportan derechos y
obligaciones lo cual se aplica también a la relación entre Dios y nosotros. El
amor de padre es muy especial. Él no se olvida de nosotros aunque nosotros sí
nos olvidemos de Él. Lo que hace siempre es buscando nuestro bien, aunque a
nosotros nos pueda parecer que sus decisiones son equivocadas... que no tomó en
cuenta algunos datos importantes en relación a nuestros problemas y deseos. Es
entonces cuando nos convertimos en asesores técnicos de Dios.
Definitivamente: ¡Qué padre es tener fe en Dios y saber que soy su hijo!