En dos palabras: Im presionante

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Un amigo mío suele hacer la broma de calificar algunas cosas diciendo: “En dos palabras: impresionante”. Pues esto diría yo acerca del artículo publicado por Vargas Llosa en “El País”, del 28 de agosto pasado, con el título “La fiesta y la cruzada”.
El multi galardonado Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se ha declarado agnóstico públicamente y, sin embargo, al hacer una crónica analítica de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, donde más de dos millones de jóvenes se reunieron con el Papa Benedicto XVI, cualquiera podría pensar que quien lo escribe es un ferviente católico.
¿Por qué un incrédulo del tamaño de este autor puede hacer afirmaciones como: “Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado la mayor concentración de católicos en la historia de España. La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo... La segunda la interpreta como un rotundo “mentís” a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla”.
Al referirse a la deserción de algunos católicos de la Iglesia, comenta: “Mi impresión es que estas cifras no han sido manipuladas… Ahora bien, desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia Católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella -decenas de millones de personas- ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI”.
Más adelante afirma: “La verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas”.
“Mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias, a las que, claro está, debe respetar y permitir que actúen libremente, es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos -empezando por la corrupción- si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas, disociadoras y anárquicas que suelen guiar la conducta individual cuando el ser humano se siente libre de toda responsabilidad”.
Personalmente descubro en Vargas Llosa a un hombre sincero y valiente. No le tiene miedo a la verdad, y esta actitud le permite tener una mirada abierta a lo que sucede en su contorno, de una forma muy distinta a quienes declarándose agnósticos o herejes se sienten en la obligación de atacar a todo lo que huela a Dios.
No hay duda: Éste es el tipo de agnósticos que necesita el mundo.