En el GYM

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

En los últimos años se ha incrementado el número de gimnasios en todo el mundo. La publicidad de estos negocios siempre nos presenta imágenes de cuerpos atléticos, delgados, musculosos, sanos y fuertes: “envidiables”.
Claro está que en este rubro hay de todo: desde los negocitos donde sólo tienen unas cuantas pesas y dos muebles prehistóricos, hasta lugares que parecen instalaciones de la NASA para la preparación de los astronautas, con los aparatos más sofisticados e instructores muy profesionales. Los maestros juegan un papel de primer orden en el aprendizaje del uso del equipo. Es frecuente, por poner un ejemplo claro, que en las clínicas de rehabilitación médica se atiendan a personas que se lesionaron en los gimnasios a consecuencia del mal uso del equipo.
Hay gimnasios especializados para mujeres, para deportistas de nivel competitivo que requieren de un acondicionamiento específico, y hay gimnasios “sociales” donde el “status” juega un papel de primer orden.
En estos lugares nunca faltan quienes se pasan horas viéndose en los espejos y dejándose ver; son como pasarelas de exhibición para exaltar la vanidad. Pero también hay muchos clientes que inteligentemente hacen ejercicio para controlar su peso, mejorar su calidad de vida y controlar el stress, tan común en nuestras vidas.
Como suele suceder en todos los ambientes, a los gimnasios acude todo tipo de personas: Los que se esfuerzan en mantenerse física y mentalmente bien: se ejercitan y se van, y los que andan en busca de aventuras adúlteras. Los que sacan el tiempo necesario para hacer ejercicio y los que gastan muchas horas porque no tienen nada mejor qué hacer. Los que cuidan el pudor en su forma de vestir y hablar, y los impúdicos y maldicientes. Los discretos, los chismosos y los lenguas-largas.
Interesarnos efectivamente por la salud corporal es muy bueno, si lo hacemos con prudencia, rectitud de intención y moderación, sin olvidar que también habremos de poner atención a la salud espiritual, pues el ser humano no es un caballo de carreras.
Lo primero que deberíamos preguntarnos cuando nos acercamos a un gimnasio no ha de ser qué tipo de instalaciones le ofrece ese negocio, sino cuál es el fin de mi vida, pensando: ¿En qué me pueden ayudar estos ejercicios para conseguirlo?
Opino que sería de mal gusto poner en estos negocios -con letras grandes- letreros que ayuden a todos sus clientes a no perder de vista cuál es el fin del hombre sobre la tierra, y ayudar así a sacar el mayor provecho de estos lugares. Pero en esta columna sí es válido recordar que “en la batalla de la vida, la muerte siempre gana”.
Somos una maravilla de la creación y tenemos la obligación de cuidarnos y mejorar. Procuremos hacerlo de forma íntegra, en todos los aspectos de nuestra vida, para que podamos ser cada día más útiles a los demás haciéndolos felices. He aquí el verdadero secreto de la felicidad.