Doctrina católica sobre el matrimonio

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Ya no resulta infrecuente escuchar en los medios de comunicación opiniones negativas sobre el matrimonio, pues es visto como un simple invento para sojuzgar a la mujer. También en el ámbito legal vemos reflejado este fenómeno cada vez que se facilitan los divorcios.
La imagen del matrimonio como institución está devaluándose, pero no por debilidades en su naturaleza propia, sino por lo que podría parecer una consigna bien orquestada a nivel mundial. Lógicamente la factura de dicho deterioro está resultando muy cara para la sociedad. El fracaso personal del divorcio afecta también a los hijos y más tarde a las naciones enteras.
En contra de esa visión barata encontramos otra, mucho más positiva, propuesta por la Iglesia. Vale la pena aclarar que “más positiva” no equivale a “perfecta” o “más cómoda” o “sin problemas”, sino a “más valiosa”.
He aquí un ejemplo claro tomado de la encíclica “Humanae Vitae” de S.S. Pablo VI: El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.
Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es también, y principalmente, un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana.
Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.
Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil, pero que siempre es posible, noble y meritoria; nadie puede negarlo.
Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres".
Para quienes piensen que esto suena a cuento de hadas, habría que aclararles que el secreto está en la formación de hábitos positivos orientados al servicio desde que los hijos son pequeños.