Semana… ¿Santa?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

¡Cómo han cambiado los tiempos! Se les oye decir con frecuencia a las personas de la tercera edad. Bueno, eso de: “con frecuencia” es en el caso de que alguien platique con un viejito. Cosa rara por cierto, pues ahora los únicos que platican con ellos son otros viejitos. “En mis tiempos –suelen comentar- en Semana Santa no se iba a la playa, ni a bailes, ni se oía música...”.
Ahora, cuando la sociedad se ha convertido en una fábrica de estrés, parecería que Dios ya no cabe en nuestras vidas. No tenemos tiempo para rezar, ni para ir a la iglesia. Para muchos la confesión de los pecados ante un sacerdote es un medio “para sentirse bien consigo mismo”, no para pedir perdón a Dios. Por fin llegó la Semana Santa y la palabra que describe nuestra doliente realidad es “fuga”. ¿Pero, adónde? Da lo mismo, vámonos. Aprovechemos estos días de descanso para tapizar las playas con latas de Tecate.
Poco a poco los hombres hemos perdido la dimensión sobrenatural y, por lo mismo, nos hemos quedado en la estrechez restringida de este mundo que, siendo tan grande, se nos quedó pequeño. Cuando un hombre pierde la fe en la realidad trascendente se corta las alas y, quien estaba hecho para volar alto, se la pasa estrellándose contra las cuatro paredes que lo rodean… hasta que muere. Sin fe no hay esperanza y la tristeza no puede andar lejos de quienes viven con prisa para llegar a ninguna parte.
Invertimos demasiado esfuerzo y dinero para mantener la salud. Olvidando, a propósito, que algún día, quizás mucho antes de morir, perderemos esa salud tan costosa. Como decía un amigo mío: “Con este cuerpo me voy a morir”.
El Papa Benedicto XVI nos recuerda: “El hombre tiene un valor tan grande para Dios, que se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús”. (Spes Salvi, 39).
Qué buena oportunidad para recordar un texto de José Luis Martín Descalzo: “Lo que más tuvo que dolerle a Cristo el Viernes Santo no fueron los clavos ni los latigazos, sino la soledad en la que le dejaron los suyos”. A la luz de estas palabras podemos preguntarnos si nosotros -cada uno- nos consideramos parte de “los suyos” y cuál es nuestra actitud ante la entrega del Maestro.
En otro momento, el mismo autor, nos invita a la coherencia de vida diciendo: “Nuestro testimonio no será convincente si nos falta la alegría”…, alegría que tiene su fundamento en la Resurrección.
Para muchos el miedo a la cruz les hace incomprensible la exigencia de Jesús cuando nos aclara que para seguirlo es necesario olvidarnos de nosotros mismos y cargar con nuestra cruz de cada día. Sin embargo, un refrán dice que “lo que vale cuesta”. No lo olvidemos, la cruz es el signo de suma, el signo de “positivo” en la que Cristo se ofreció para la redención de todos nosotros. Por eso es compatible con la alegría que da la esperanza de ser eternamente felices.