Civilidad

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

A diario vemos con pena cómo en los estacionamientos públicos no se respetan los espacios señalados con color azul, y habría que aclarar que, la discapacidad mental de algunos no justifica que se estacionen en los espacios reservados para quienes sufren de alguna discapacidad para caminar, lo cual pone manifiesto que hay quienes cuando piensan lo hacen con el ombligo.
Todavía nos queda un largo camino por recorrer en el tema de la civilidad como virtud encaminada a procurar el bien de los demás. Hay una serie de virtudes sociales que nos permiten vivir como verdaderas personas, entre ellas están la tolerancia, la solidaridad, la cooperación, la urbanidad y la cortesía. Todas ellas se fundamentan en la consideración de la dignidad del ser humano y la primera consecuencia de ello se manifiesta en el respeto.
Este tema es mucho más importante de lo que podría parecer a simple vista. Me atrevería a decir que la principal deficiencia de nuestra época se basa en una profunda crisis del respeto.
Esta semana escuché que, según la Organización Mundial de la Salud, en nuestra época los padecimientos mentales ocupan el primer lugar de las enfermedades y entre ellas puntean las neurosis. No resulta extraño que dichos males afecten a la convivencia social, pero ésta no es la única causa del deterioro social.
Séneca decía que dominarse a sí mismo es el mayor de los imperios. No debemos olvidar que la falta de control en el propio carácter no siempre se debe a causas patológicas, sino normalmente a la falta de educación y al egoísmo.
El incremento en las faltas de respeto a los maestros en las escuelas -causa de no pocas depresiones- suele estar abalada por los padres de familia que prefieren apoyar a sus hijos restando autoridad a los profesores. Por otra parte los esposos no pueden educar en el respeto cuando entre ellos se gritan e insultan frente a sus hijos.
Por otra parte, vemos que en todo el mundo cada vez que suceden catástrofes mayores se despierta una actitud positiva de ayuda a las víctimas, superando culturas, distancias y todo tipo de limitaciones. La pregunta obligada está en cómo hacer para que dicha conducta podamos mantenerla a diario con quienes tenemos cerca sin esperar a que se presenten los momentos críticos.
Saber valorar a los otros y, a nosotros mismos, es la base de toda sana convivencia. No podemos exigir un trato educado si nosotros lo descuidamos con los demás.
Víktor Frankl, en su libro El Hombre en Busca de Sentido, nos presenta el lamento de un prisionero judío en el campo de concentración de Auschwitz, quien estando destrozado por las crueldades de los nazis, mientras observaba una puesta de sol, le decía a un amigo: ¡Qué hermoso podría ser el mundo!
Eso depende, no lo olvidemos, del respeto que vivamos entre nosotros.