¿Qué es educar?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Permítanme compartir mi asombro ante lo que me comentaba en una ocasión un hombre que se esfuerza en mejorar cada día. Entre las dificultades que este buen amigo ha tenido que remontar a lo largo de su vida, están las huellas de una formación marcadamente machista.

“Cuando yo tenía como siete años -me comentaba- hubo una boda en mi rancho, concretamente se casaba un tío mío. Ese tipo de eventos son muy especiales, pues suelen durar hasta tres días en los que hay mucha algarabía, mucho alcohol…, en fin. La costumbre es poner a los recién casados en una tarima, y los invitados bailan y hacen suertes a caballo alrededor de ellos

“En un momento dado el joven, por cierto no tan joven, pues tendría unos 28 años, y ella como dieciséis, comenzó a golpear a su recién esposa. Pero de veras le pegó muy feo, lo cual llamó inmediatamente la atención de todos, se detuvo la música, y algunos le preguntaron que por qué la golpeaba así. La respuesta, clara y rotunda fue: ‘No, nomás, es pa’ que sepa desde ahora quien es el que manda’, y después de aquel argumento todos quedaron tranquilos, y siguió la fiesta como si nada.

“Así que yo crecí con la mentalidad de que en un hogar, esa era la forma de manejarse, y no me ha resultado fácil entender, a lo largo de los años, que esos criterios son incorrectos.

“Otro ejemplo está en que cuando veía a un hombre empujando el cochecito del mandado en una tienda, yo pensaba que eso no era correcto y lo tachaba de mandilón, pues esas son cosas de mujeres”.

Ahora bien yo me pregunto: ¿Cuántos hombres, jóvenes y niños, pensarán todavía de esta manera? y ¿Cuántas mujeres aceptan estos criterios como válidos dejándose maltratar por sus hombres?

Cada vez que nos reunimos a platicar de temas serios, solemos llegar a la conclusión de que lo que se necesita para mejorar los males del mundo es educación, y con esos comentarios solemos quedarnos tranquilos, como si hubiéramos descubierto el hilo negro, y lo peor del asunto está en que, bien a bien no tenemos claro cuál es el contenido que ha de nutrir ese proceso formativo, o caemos en las palabras mágicas: “Valores y virtudes” esperando fuerte aplauso mientras se baja el telón.

Frecuentemente les decimos a los niños cosas como: No le pegues a tu hermanita. Te dije que arreglaras tu cuarto. Apaga la televisión. ¿Ya te lavaste los dientes? ¿Cuántas veces te tengo que decir que no dejes tus cosas tiradas? No subas los pies al sillón. No hables con la boca llena. Ponte a hacer tu tarea. Si no recoges la mesa no sales a jugar a la calle. Hoy no hay “Play Station”, y se acabó; y otras por el estilo.

Quizás nos convenga examinar si con esas indicaciones estamos fomentando un auténtico respeto por las mujeres, y un sólido amor a los valores y virtudes. Pienso que nos conviene hacer un alto en el camino, y estudiar cuál debe ser la mejor forma de educar.